Con papel de fumar

Manel Loureiro
Manel Loureiro PRODIGIOS COTIDIANOS

OPINIÓN

02 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Se comenta estos días en la prensa que un cine de Tennessee (Estados Unidos), especializado en reponer grandes clásicos de la historia del celuloide, ha tenido que retirar de su cartelera Lo que el viento se llevó porque, al parecer de varios colectivos, «es insensible hacia una gran parte de la población afroamericana». Y todo ello con el aplauso de las asociaciones que promovían el boicot de la sala en cuestión hasta lograr su objetivo.

Sin querer entrar en que esa película supuso el primer óscar para una actriz negra, o que fue la primera producción de Hollywood con condiciones salariales dignas para los actores de color, entre otros hitos, el pretender que una ficción histórica de hechos sucedidos hace dos siglos se atenga a los estándares culturales de hoy en día es una auténtica atrocidad. No se trata tan solo de la obviedad de que el mundo ha cambiado - para mejor-. La historia vivida no se puede modificar a nuestro gusto y no pasa nada por conocer los comportamientos de otras épocas, con sus luces y sombras. Si cometimos errores e injusticias en el pasado, ocultarlas no hace que desaparezcan y mucho menos ayuda a evitar que se reproduzcan de nuevo. Con estos gestos censores, los que proponen estas medidas disparatadas tratan a los espectadores y a la población en general como menores de edad mentales que no son capaces de distinguir ficción de realidad, pero tranquilos, que ya están ellos para ayudar a separar el grano de la paja. Esta sí, esta no. No es de extrañar que se haya montado un buen follón a cuenta de esta polémica en la ciudad americana.

Podría pensarse que es un caso aislado, pero ya llueve sobre mojado. Hace unos meses, un sindicato de estudiantes de la de la prestigiosa Universidad de Londres exigía que se retirase del currículo académico a determinados filósofos -eminencias que han sido puntales de la civilización occidental, como Platón, Kant o Descartes- por ser… demasiado blancos. En su lugar proponía que se incluyese a filósofos africanos modernos o asiáticos, por aquello de la diversidad racial, sin tener en cuenta el contenido académico que pudieran aportar. No añadir a estos últimos (algo legítimo), sino eliminar a los anteriores, ojo. Quítate tú para ponerme yo. Y para rematar el combo del ridículo ajeno, a los alumnos de Teología de la Universidad de Glasgow les avisan de que, atentos a esto, las imágenes de la crucifixión, sean de cuadros históricos o de películas religiosas, pueden resultarles molestas. En ese caso tendrán permiso para abandonar el aula si se marean o se sienten indispuestos al ver el Ecce Homo de Murillo, por ejemplo. Alumnos de Teología, repito. Y no, no es broma.

Llegados a este punto, debo reconocerles que estoy un tanto perplejo. Llevados por una necesaria ola de tolerancia, respeto y pluralidad que responda a la realidad de un Occidente mucho más complejo, rico y lleno de matices que nunca en su historia, hay momentos en los que algunos se pasan de frenada, impulsados por la fe del converso. Entre los exaltados que compiten para ver quién la suelta más gorda, los que a la mínima se la cogen con papel de fumar y el complejo latente de la mayoría a ser tachados de reaccionarios frente a tonterías flagrantes, en ocasiones el camino hacia la modernidad amenaza con despeñarse en el barranco de la nueva y puritana intolerancia. Y ahí vamos, como si nada.