Falcatruadas

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

xoan a. soler

19 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Vivimos tiempos extraños. Salir de Madrid hacia Galicia el sábado día 1 de agosto habría sido, en cualquier otra circunstancia, una apuesta segura por una larga -larguísima y desesperante- lucha para poder llegar a la entrada de la A-6. Después, kilómetros de atasco y tráfico pesado. Rezar para que el aire acondicionado del coche no dejase de funcionar y que no hubiese ningún accidente que generase un colapso que pudiera alargar todavía más el viaje. En fin, lo esperado en la operación salida más importante del año. Sin embargo, sorpresivamente, la carretera estaba inusualmente vacía. De hecho, recorrer la carretera sin tráfico era una sensación casi atemorizadora. Una expresión de la realidad del país: los que pueden teletrabajar, o están en ERTE y disponen de medios o de un lugar donde acogerse, ya salieron de Madrid hace tiempo. Los demás bastante tienen con luchar por sobrevivir a lo que llevamos y a lo que viene. Esa visión me hizo reflexionar sobre la suerte que tenemos en Galicia, y la distinta suerte que corren unos y otros españolitos. No son buenos tiempos, pero me parece que Galicia es de las mejores zonas de España para pasar esta crisis. Tengo claro que hay mucha gente que lo está pasando mal, y muchos otros que se están preparando para pasarlo muy mal; pero en otras zonas, más dependientes del turismo, o ciudades grandes que han visto cómo la vida económica se paraba de golpe y donde mucha gente no tiene apoyo familiar o un peto de reserva, lo que se está viviendo es dramático. Desde luego, parece que nada de esto tiene repercusión directa en las vacaciones de nuestros ilustres próceres. Cada uno en su medio de transporte favorito, coche, avión, helicóptero o Falcon, se han encaminado a ese período de asueto que legalmente les corresponde. Y lo cierto es que teniendo en cuenta su realidad, que es una realidad paralela a la del resto de los españoles, hacen bien: en un momento en el que el paro se ha disparado en todos los estratos de nuestra sociedad, solo uno, el de la política, resiste admirablemente al virus invasor. Y si mantienen su trabajo -hayan acudido a él durante varios meses o no, que eso es lo de menos-, lo lógico es que mantengan también sus vacaciones, caiga lo que caiga. No se ha producido, que se sepa, ningún despido, ERTE o suicidio por la pérdida del puesto de trabajo entre los miembros (y miembras) de la cosa política. Más bien al contrario. A lo que se ve ha sido necesario multiplicar el número de ministros, directores, asesores y demás afines al poder. No ha habido reducciones salariales -ya se sabe que eso sería populista-, y nadie pide cuentas por unos cientos de millones de euros tirados por el sumidero de las compras defectuosas, las decisiones apresuradas y las rocambolescas ideas de los expertos no expertos, tanto a nivel estatal como en algunas autonomías. Ya se sabe, aquí cada uno va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío, parecen decirnos. Y lo siento, me he equivocado y no volverá a pasar… hasta la próxima vez, claro. Una auténtica falcatruada. Pero, como escribió Patrick Rothfuss, «todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, una noche sin luna y la ira de un hombre amable». En nuestros días, la ira de los hombres amables se expresa en forma de papeletas de voto. Y los gallegos somos, en general, muy amables.