Novak Djokovic

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

DPA vía Europa Press

09 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Espartaco. Para su padre, Novak Djokovic es un nuevo Espartaco. Igual en estos tiempos locos Stanley Kubrick regresa de la tumba para rodar este calvario, esta crucifixión. Con negacionistas gritando: «¡Yo soy Novak! ¡Quiero ir a Australia!». Aunque, bien pensado, que Kubrick y Dalton Trumbo no coincidan con Djokovic. Dado el carácter del primero, la trayectoria del segundo y lo bien que maneja la presión el tercero, la cosa podría acabar con los tres sudando bajo los focos y sin poder mantener la distancia social exigida, algo que en principio tampoco le hubiera importando al número uno de la raqueta. Seguramente el largometraje hubiera ido abandonado la épica para convertirse en una sátira. Pero no hay nada como convertirse en un mártir que enarbola la bandera de la libertad. Al estilo Delacroix, que diría Rigoberta Bandini. «Hoy yo. Mañana podríais ser vosotros». Un Braveheart serbio. Ese es el mensaje. Cuando la realidad es muy distinta. «No quiero ceñirme a las normas porque soy yo, el mejor. Y mañana será otro día». Pero este engrudo de desvaríos nacionalistas, teorías pseudocientíficas, cuentos conspiranoicos y supuesta defensa de los derechos inalienables que venden los Djokovic para justificarse es una bebida energética muy apreciada. Muchos se ponen a cien consumiéndola. «¿Ves? Tenía razón. Quieren silenciar a Djokovic, quieren ocultarlo todo. Pobre chaval. Qué injusticia».

Ni Kubrick ni Trumbo. Djokovic ahora mismo es digno de un reality de esos en los que las penas con pan son menos. Mejor que comparta plano con Paz Padilla, que dice que el virus entra por la ventana. Y la cordura sale por la puerta.