Grandiosa Woodward

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

20th Century Fox

23 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día, el actor Ethan Hawke recibió una llamada y un legado. La llamada se la hizo una de las hijas de Paul Newman y el legado lo integraban unas transcripciones de horas de grabaciones con las que Newman tenía previsto montar una biografía documental que finalmente desdeñó por motivos que nadie conoce. Las imágenes, con entrevistas a familiares y personalidades como Elia Kazan, John Huston, Karl Malden o Gore Vidal, fueron destruidas por el actor, pero buena parte de las transcripciones fueron conservadas. Es un material grandioso para penetrar en la personalidad del actor más bello del mundo, que reserva una sorpresa tan monumental como su atractivo: la grandiosa era ella. Tras los 356 minutos de The last movie stars (HBOmax), parece claro que sin Joanne Woodward y su talento, sin su exquisito sentido de la existencia, sin su energía, el camino de Newman habría sido distinto. Se detecta en las primeras imágenes de su carrera, consumido por una timidez balbuceante y una increíble inseguridad que nadie concedería a un tipo con su aspecto. En aquellos primeros pasos, en sus primeras entrevistas, la desbordante clase que después destiló y su carisma paralizante parecen ocultas, hasta el punto de confundir a quienes después sucumbimos a su magia.

Entre las confesiones de Newman, incluida su admiración casi celosa por talentos más salvajes como el de Brando, la más inesperada tiene que ver con la maestría que le concede a su mujer para convertirlo en un ser sexual. «Joanne dio a luz a una criatura sexual a la que enseñó, animó y deleitó en lo experimental», proclama. Que hasta en eso se demuestra la pasta de la que estaba hecha esta mujer encapotada por el brillo de los mejores ojos del cine.