Rivera, el hombre que dañó a España

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

JAVIER LIZÓN | EFE

04 jun 2023 . Actualizado a las 10:01 h.

El partido efervescente está casi disuelto, como un azucarillo en un café. El globo de la ilusión liberal se pinchó. Solo hay un culpable: Rivera. Su ego enorme, únicamente comparable al de otro gigante del ego, Sánchez, hizo que lo que pudo ser no solo no fue, sino que llevó a España a un escenario terrible: un Gobierno Frankenstein. A Bildu y ERC decidiendo con insultantes minorías territoriales por todos. Ciudadanos empezó temerario, con aquel cartel de Albert Rivera desnudo en Cataluña, y arrasó allá. Ese triunfo se contagió a toda España y llegamos a ver una foto del presunto pacto entre Sánchez y Rivera que alejaba los fantasmas de desmenuzar España y podía dar a luz a un acuerdo hacia el centro entre el PSOE de toda la vida y los nuevos liberales. Todo eso se dinamitó y, en la siguiente campaña, Rivera se convirtió en el lobo feroz de Sánchez. No soltaba de su boca esa espuma de rabia con aquello de la banda de Sánchez y empezó el desastre. Los liberales en Inglaterra llegaron a pisar el gobierno nacional, aquí no. Por culpa de un ambicioso Rivera, cuya dopada calculadora le daba unos números con los que podía, según él, incluso ser presidente del Gobierno. Esa creencia suya, y de los que le convencieron de tal disparate, fue el principio del fin del amago liberal en España.

De deseado a apestado. Ahora regalan a Feijoo los 300.000 votos que les quedaban y pueden ser claves, desapareciendo de las generales, para que el PP se acerque más a una mayoría que liquide los vaivenes de las políticas suicidas. Si así sucede, le habrán regalado sin querer un último servicio a España. Cuando Rivera se lo pudo hacer siendo vicepresidente de Sánchez, lo mandó todo al diablo. Y el diablo resultó ser Sánchez, que transformó el PSOE de tal manera con pactos anti natura que hoy los clásicos del PSOE ni reconocen a su partido.

Rivera le legó a Inés Arrimadas un partido que olía a muerto. Le donó un féretro que hacía aguas por todas partes. Inés Arrimadas lo llevó con bastante dignidad, hasta cuando tuvo que enfrentarse a los que, en teoría, tenía a su lado. Pero lo cierto es que los discursos de Ciudadanos ya no los escuchaba nadie. Adiós, Inés. En Galicia apenas tuvieron relevancia por la brutal expansión popular, que viene de los tiempos de Fraga. Ahora caemos en que el color naranja de Ciudadanos era por esas pastillas de vitamina C que pudieron significar algo de una energía distinta para este país, pero que terminaron disueltas en el ácido que emanó del propio Rivera y de Sánchez. Ácido sulfúrico de dos personajes que quedarán de forma lamentable en la historia de España. Contó el mini ministro, Maxim Huerta, que cuando le fue a presentar la dimisión a Sánchez en Moncloa este, en plan Rey Sol, lo único que le preguntó sin prestar atención a su renuncia fue: «¿Tú cómo crees que quedaré yo en la historia de España?». Así es Sánchez. Y así fue Rivera. Dos políticos cuyo ego le haría sombra al Himalaya. Ciudadanos es el siniestro total de Albert Rivera.