Un paseo por el riesgo

Manel Antelo PROFESOR DE ECONOMÍA EN LA USC

OPINIÓN

BENITO ORDOÑEZ

09 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde siempre, el ser humano ha tratado de reducir el riesgo que le rodea con las miras puestas en poder dormir así a pierna suelta. En el plano económico, este deseo se ha traducido en delegar en expertos que cuiden y hagan medrar nuestros ahorros con la creencia de que, de este modo, las necesidades futuras estarán a salvo de toda adversidad. Ahora bien, cualquier decisión que se adopte no deja de ser una apuesta contra el futuro y, como tal, es una jugada arriesgada que puede salir bien, en cuyo caso se gana, o no tan bien y entonces se pierde. Lo que quiero decir es que, a pesar del ingente esfuerzo dedicado a intentar medir el riesgo para poder domarlo, no hay expertos que sepan lidiar con él y, mucho menos, domesticarlo. De lo contrario no habría habido a lo largo de la historia las innumerables quiebras bancarias que han volatilizado muchos recursos.

En nuestro sistema económico, el ahorro y el sistema financiero desempeñan un papel fundamental. Piense en cómo serían las cosas sin los intercambios que hay entre prestamistas y prestatarios a través de los activos financieros, tales como los depósitos, las acciones, los bonos o los pagarés, en los cuales concurren tres cosas a la vez: liquidez, rentabilidad y riesgo, siendo el riesgo la posibilidad de sufrir una pérdida o quebranto económico.

Pues bien, el primer intento de lidiar con el riesgo es lo que se conoce como rendimiento esperado del activo. Es una medida sencilla y que prescribe que el mejor activo es el que proporciona el mayor rendimiento esperado. Sin embargo, es una medida poco adecuada. Mire, si no, los dos ejemplos siguientes.

Primero, piense en cuánto estaría dispuesto a pagar por participar en el siguiente juego. Se lanza una moneda al aire y si sale cara, recibe 2 euros y acaba el juego, mientras que si sale cruz se vuelve a lanzar. Si en este segundo intento sale cara, gana 4 euros y acaba el juego, mientras que si sale cruz se vuelve a lanzar. Si en el tercer intento sale cara, gana 8 euros y acaba el juego, mientras que si sale cruz se lanza otra vez y… así hasta que salga cara. Pues bien, dado que la ganancia esperada de esta apuesta es un valor infinito, debería pagar gustosamente una cantidad de dinero también infinitamente grande para poder participar. Y, sin embargo, ¿cuánto pagaría? Unos pocos euros como mucho, ¿verdad?

Un segundo contraejemplo que muestra lo poco adecuada que resulta esta medida es la lotería de Navidad (o cualquier lotería o juego de azar). Un décimo cuesta 20 euros, pero le dará un premio menor en términos esperados; concretamente, 14 euros la lotería del año 2011 y 11,3 euros la del 2022. El premio esperado de un décimo de la lotería, una vez descontado lo que le ha costado, es, pues, negativo, lo cual debería traducirse en que nadie jugase. Sin embargo, mucha gente lo hace.

¿Qué concluimos? Que este primer intento de tratar con el riesgo resulta infructuoso. Mejor tratamos de buscar otra medida. Se la mostraré en la próxima ocasión.