El sentimiento oceánico

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

María Pedreda

18 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos días, Manolo Rivas me escribía un correo donde expresaba la felicidad que sentía al volver a casa de vacaciones utilizando un término freudiano: el sentimiento oceánico. Freud habla de este sentimiento de felicidad —que pocas veces se logra— como un deseo colmado que anula la falta con la que todos vivimos, un estado de goce completo. Esa falta que acompaña toda la vida a los seres pulsionales que habitamos en el lenguaje pocas veces se cubre, a pesar de pasamos la vida intentándolo. Algunos lo consiguen a través de las drogas que anulan cualquier deseo; la droga lo tapona todo porque solo se es con ella y, teniéndola, el goce es completo.

Otras veces, como en el caso de Manolo, el deseo de regresar a la terra es tan potente que cuando se consigue, aunque sea por unos instantes, te sientes completo, no quieres ni necesitas nada más, eso es el sentimiento oceánico de felicidad: lo tengo todo, no deseo más.

El enamoramiento es otra situación proclive al sentimiento oceánico, lo ilustra muy bien Platón en el mito de El Banquete: al principio éramos unos seres esféricos que estábamos oceánicamente felices; tal era nuestra felicidad que el iracundo y celoso Zeus decidió partirnos por la mitad para acabar con tanta dicha, condenándonos a vagar por la eternidad en busca de esa otra mitad divinamente amputada y conocida coloquialmente como nuestra media naranja.

Hay veces que uno anda por la vida y, de pronto, uno se mira en otro y observa —asombrado— que la imagen que le devuelve aquel es la mitad que buscaba desde los míticos sótanos del recuerdo. Cuando encontramos a alguien que nos devuelve la imagen de lo que nosotros queremos ser, reflexionamos, nos enroscamos sobre nosotros mismos como un bicho de bola, y eso produce un sentimiento oceánico de felicidad. Nos volvemos de nuevo redondos, hacemos la cucharilla y volvemos a juntar lo que Zeus deshizo con pegamento de besos y abrazos.

Lamentablemente, las vacaciones se acaban, las drogas nos matan y los espejos se acaban esmerilando, rompiendo la ilusión del regreso a la redondez eterna.

Cuando la ilusión de estar completos se disipa al tener que volver al tajo, el goce se convierte en un mono deprivado, o la imagen del espejo te lanza una injuria de champagne a la cara, se derrumba todo lo que te habían hecho creer que eras. Entonces, el sentimiento da un bandazo jabonado de delfín y se convierte en morriña depresiva y en angustia sudorosa. Un sentimiento de pérdida, culpa y fracaso desbordan la presa de las emociones, ahogándonos en el antagonismo de una tristeza oceánica.

Carpe diem. Sentimiento oceánico para un verano electoral.