Matemática de Estado, Guardiola y el doctor Meadow

Uxio Labarta
Uxío Labarta CODEX FLORIAE

OPINIÓN

Jero Morales | EFE

29 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Imagino que Elías Bendodo, de larga trayectoria política desde los 25 años de edad y a la sazón coordinador general del Partido Popular, estará arrepentido de haber acuñado el concepto de «matemática de Estado», a raíz del galimatías en el que se metió Feijoo para justificar su pacto en los distintos territorios con los porcentajes alcanzados por Vox. Argumentando con ello lo acertado de su posición, pactar con Vox en Valencia, o en Aragón y Baleares, y también la contraria no hacerlo en Extremadura; donde la señora Guardiola fue firme al decir que no estaba dispuesta a «dejar entrar en el Gobierno a aquellos que niegan la violencia machista, a quienes usan el trazo gordo, a quienes están deshumanizando a los inmigrantes y a quienes despliegan una lona y tiran a una papelera la bandera LGTBI».

Y sobre todo, Bendodo, quizá también Tellado o el propio Feijoo, se habrían visto libres de tanta creatividad para parir esa ciencia increíble si desde el primer momento hubieran hecho lo que Esperanza Aguirre primero, y su aventajada discípula a continuación, hicieron. Reconvenir a la señora Guardiola, indicándole a las claras que no eran tiempos de negar a Vox y sus líderes, incluido Buxadé, a quien había tratado como «capataz del señor feudal». Pues con esa posición firme de Aguirre y de Ayuso se recondujo inmediatamente la situación en Extremadura, con la ayuda de las redes sociales. Algo así como un hereje arrepentido que, con su actitud conciliadora con los intereses de poder de su partido, ha dejado sin contenido uno de los grandes hallazgos de la ciencia política construidos para el caso: la matemática de Estado.

Un concepto que pese a haberse frustrado, dada la vuelta al redil de quien lo hizo necesario, habría podido dar días de honor y gloria a quien en ello profundizara.

Es lo que tiene una rama de la ciencia cuando se acredita como imprescindible para interpretar el mundo. Con razón o sin ella se pretende utilizarla para justificar hipótesis sin datos que las prueben, e incluso especulaciones que pueden sostenerse en un uso torticero, más habitual de lo debido en algunos trabajos científicos, de algún estadístico.

Uno tiene presente la historia de Sir Roy Meadow y su versión ampliada del síndrome de Münchhausen (una persona inventa o provoca sus síntomas), tan de actualidad en su dramatismo por lo sucedido en Australia con el caso Folbigg. Una aportación que consagró a Meadow como autoridad científica médica, a partir de una hipótesis verosímil, con estadísticas erróneas y sostenida por el consenso de otros colegas. Y, como señala en un excelente artículo el doctor José Lázaro Sánchez, fueron los jueces los que acabaron estableciendo que la Ley de Meadow «no era un descubrimiento sino una invención», al confundir sus hipótesis con la realidad. Como le sucedió a María Guardiola, el trasacordo que confundió su visión política de Vox con los intereses de sus votantes y de su partido. Aquí paz y quizá gloria.