Tamara

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre MIRADAS DE TINTA

OPINIÓN

Francisco Guerra | EUROPAPRESS

11 jul 2023 . Actualizado a las 09:15 h.

Parece increíble, pero la boda de Tamara Falcó ha ganado por goleada informativa al tostón electoral durante este fin de semana. Hasta los detalles más nimios del enlace han sido escrutados por una legión de informadores buscando, sobre todo, algún desliz, error, desgracia o comentario envenenado, que aportara algo de escándalo a la ya escandalosa yincana de infortunios que ha tenido esta boda.

Escándalo viene del griego y quiere decir «hacer caer» y , conseguir un detalle escandaloso cumple la función de derribar a la protagonista. La envidia de una legión de consumidores de la vida ajena es el peaje a pagar por la fama de quien la provoca. En el caso de Tamara, la envidia es coral y familiar porque se proyecta a toda una saga que lleva décadas asombrando y entreteniendo al personal.

Dicen que Tamara es la sucesora incuestionable de su mediática madre —hoy en clara decadencia—, pero en realidad, el cetro que recoge no es más que la antorcha de una envidia comunitaria alimentada por el glamur, los infortunios sentimentales y ese cierto hermetismo que provocan la lejanía y los muros de sus mansiones, en todo análogos a lo que nobleza siempre provocó en el pueblo. El interés por Tamara y toda su circunstancia no es más que la actualización posmoderna del interés, la atracción, la envidia, la fascinación y el odio que despertaron siempre los entresijos de palacio.

La antigua aristocracia es hoy una famocracia iluminada por drones y flashes. Antiguamente acababan colgados en el patíbulo o la guillotina para deleite de unos pocos; ahora los cuelgan en las redes para consumo masivo de una multitud ávida de escándalos. Solidaridad con Tamara y ese muchachote que, creyendo dar un braguetazo, muerde pero no come.