El gripado motor de la productividad

Manel Antelo CATEDRÁTICO DE FUNDAMENTOS DEL ANÁLISIS ECONÓMICO

OPINIÓN

18 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

De acuerdo con los datos ofrecidos por la OCDE entre el 2012 y el 2022, el PIB por hora trabajada se estancó en España a lo largo de este período. Esta es una mala noticia, pues el cociente entre la cantidad de producto obtenida y la de trabajo utilizada refleja la productividad laboral o cómo de eficiente se combina el trabajo con otros factores productivos, es decir, las capacidades de los trabajadores, la intensidad de su dedicación y esfuerzo, así como la utilización de otros inputs como el capital físico y humano, la tecnología, los insumos intermedios y/o los cambios organizativos.

La productividad es un motor fundamental del crecimiento económico a largo plazo de cualquier país y del nivel de vida de sus ciudadanos. Por lo tanto, su evolución a lo largo del tiempo es crucial. No es la duración de la jornada laboral lo que determina el nivel de bienestar de una sociedad, sino la evolución de la productividad.

La reciente reforma laboral no parece haber arreglado mucho las cosas a la hora de favorecer un entorno productivo adecuado y de mayor inversión para que no solo haya más puestos reales de trabajo, sino mayor productividad. Todo parece indicar que su efecto ha sido cosmético, consistente en repartir el empleo existente entre más trabajadores. Porque si el trabajo total es el mismo (y todo parece indicar que sí), el hecho de que se incorporen más trabajadores hace que algunos de los anteriores tengan menor asignación.

La cosa no acaba aquí. Al haber el mismo volumen de trabajo y más gente trabajando, la productividad se reduce, ya que se contabilizan más horas para producir lo mismo. Claro que si reducimos la jornada laboral (el denominador), la productividad laboral, es decir, el cociente entre un numerador (el PIB) que se mantiene y un denominador más pequeño, aumentará. En fin, un mero artificio matemático que casa mal con un mínimo de rigor económico.

Y, por si fuera poco, las recientes proyecciones a largo plazo hechas por la OCDE distan de dibujar un horizonte halagüeño para la economía española. España se enfrenta a años en los que su PIB per cápita real apenas crecerá, impidiendo así que el país disfrute de una mayor prosperidad económica. Además, el PIB per cápita no convergerá con el de la zona euro ni el de EE.UU. Y, por último, si utilizamos el PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo con el fin de «limpiar» la distorsión que producen los diferentes precios en uno y otro país (una hamburguesa genera el mismo bienestar en todos los países, pero puede tener precios distintos), España bajará del puesto 23º. que ocupa en la actualidad hasta el puesto 34º. en el año 2060. En este tiempo, verá cómo países del estilo de Portugal, Polonia, Turquía y otros ocho más le adelantarán.

¿No les parece suficiente advertencia para que los responsables económicos se ocupen de una vez por todas del (gripado) motor de la productividad?