El señor Pérez

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa DE REOJO

OURENSE

30 ene 2017 . Actualizado a las 12:47 h.

Un compañero me contó un día cómo le había explicado a su hija que los Reyes Magos no existen. La niña sospechaba y, mientras la llevaba al cole, le planteó sus dudas. Él reaccionó inmediatamente y viendo que la carroza de la infancia estaba a punto de convertirse en calabaza prefiero aclarárselo antes de que lo hicieran sus amigos. Así que tiró del discurso de la magia y de la ilusión pero también del argumento de la madurez y el crecimiento. Y le fue desenvolviendo el paquete a la niña, confesando que sí, que los reyes son los padres. La pequeña tuvo una pequeña decepción y se hizo un poco mayor de repente.

Al llegar al colegio, el padre aparcó y antes de despedirse quiso escribir el epílogo. «Bueno hija, pues ya lo sabes... eran una ilusión pero ni los Reyes ni Papa Noel existen». «Ya, papá, ya», contestó ella resignada. «Como el Ratoncito Pérez», apuntaló él. En ese momento la niña lo miró muy seriamente y le dijo: «Pero como que el Ratoncito Pérez también. ¿El Ratoncito Pérez tampoco existe?». Y la decepción asumida de Melchor, Gaspar y Baltasar se convirtió en la tragedia del señor Pérez.

Pensaba en esta historia estos días. En primer lugar porque el compañero que me la contó, que no hace tanto le estaba desvelando la verdad de los Reyes a su hija, ya no está. En segundo lugar porque me di cuenta de que esa bendita inocencia, ese lugar donde reside la ilusión y se fabrica la felicidad, no es solo patrimonio infantil. Y es que al escuchar a Barquero hablar de la frustrada moción de censura, al recordar las semanas que el PSOE se sentó a la mesa con DO para diseñar un gobierno alternativo para la ciudad, me pregunté si realmente Barquero sigue creyendo en los Reyes Magos. ¿De verdad pensaba que podía salir adelante?

En realidad lo envidio. Echo en falta aquella época en la que creía en los Reyes y, con permiso de la hija de mi compañero, en el Ratoncito Pérez. La esperanza es lo último que se pierde y la ilusión es lo último que debería perderse. Y siempre he preferido un inocente, un iluso, a un cínico.