Controlando 600 corazones a distancia

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

OURENSE

M.MORALEJO

Pacientes ourensanos usan los desfibriladores que se controlan desde el hospital de Vigo

26 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Joaquín Giadás se levantó sobresaltado. No sabía qué había ocurrido, si era un mal sueño o algo más. Estaba agitado y sentía una extraña sensación en el brazo. Fue su primer episodio de arritmia y le ocurrió durmiendo. Joaquín se acordó de su padre, que se murió cuando tenía 33 por un fallo cardíaco repentino, eso que se suele llamar muerte súbita, y de su abuela, a quien le ocurrió algo similar a los 34. Por suerte, él conocía de sobra los antecedentes y a los 30 años tomó medidas. Se puso un desfibrilador automático implantable o DAI.

Se trata de un pequeño aparato que se coloca en el pecho, bajo la piel. Unos cables lo conectan con el corazón y esto permite dos cosas. Por un lado, registra la actividad cardíaca del paciente cuando hay algo anómalo. Por otro, cuando detecta una arritmia maligna, o sea, un movimiento demasiado rápido del corazón que puede poner en peligro la vida, envía un impulso eléctrico o incluso una descarga para regular el latido. Fue lo que le ocurrió esa noche a Joaquín.

El seguimiento remoto existe en Vigo desde el 2005. Cada año se colocan en torno a un centenar de nuevos dispositivos. Desde el Álvaro Cunqueiro controlan toda el área sanitaria de Vigo. Hasta hace tres años, llevaban también el resto de la provincia, pero entonces el Sergas decidió que el área de Pontevedra pasase al hospital Santiago, y la de Ourense, a Vigo. Del centenar de nuevos desfibriladores que implanta el Cunqueiro, unos quince son de Ourense. A los pacientes que ya tenían implantado el aparato se les ofreció seguir en su hospital. Actualmente hay 113 personas con marcapasos de seguimiento remoto y 465 con desfibriladores. Los primeros tratan las bradicardias -el corazón va demasiado despacio-, pero no dan choques. Los desfibriladores tratan las taquicardias -el corazón se acelera- y hacen de marcapasos hasta que recupera su ritmo normal.

«Estos aparatos sirven para evitar que un paciente se muera de una arritmia maligna», especifica el responsable de la unidad de arritmias del Hospital Álvaro Cunqueiro, el electrofisiólogo Enrique García Campo. Aunque todo ocurra muy rápido, el desfibrilador va paso a paso. Si detecta una arritmia maligna, envía un impulso eléctrico. El paciente no lo nota y el ritmo suele corregirse. Pero no siempre lo consigue. Si persiste, el aparato suelta una descarga, como un choque con un desfibrilador externo. «Los pacientes dicen que si están durmiendo se despiertan sobresaltados. Si ya están despiertos, es como una coz», explica García Campo.

Por eso Joaquín se levantó con mal cuerpo. Llevaba seis meses con el aparato. En el hospital se enteraron casi al momento, porque los pacientes se controlan a distancia. Los DAI envían información por Internet al Álvaro Cunqueiro y la unidad de arritmias hace el seguimiento remoto de los casos. Actualmente, desde la unidad de arritmias del hospital de Vigo controlan a 578 enfermos del corazón a distancia.

Son las nueve de la mañana en el Álvaro Cunqueiro. Las enfermeras Natividad Crespo y Laura Arnaiz se sientan delante del ordenador y acceden a la plataforma digital de seguimiento y revisan los datos. En realidad, son cinco plataformas: cada empresa de desfibriladores tiene su propio sistema. Y cada una vende un tipo de desfibrilador con unas características distintas, de modo que hacen falta todas. Natividad Crespo acaba de ver una alerta. Sobre las siete de la mañana, el paciente ha tenido una taquicardia, es decir, el corazón latía más rápido de lo normal. El desfibrilador le ha enviado impulsos eléctricos para que se normalizase el ritmo cardíaco. Ya está todo controlado. El médico revisa el caso y, si es necesario, propone un cambio en la medicación o un ajuste en el desfibrilador.

Cada vez que hay una descarga, las enfermeras llaman al paciente. Le preguntan cómo se encuentra y, si es necesario, le indican que vaya al hospital. «Muchas veces ni saben que han tenido una descarga», dice Crespo. «Si tienen una descarga no pasa nada, pero que si tienen dos o tres seguidas -una tormenta arrítmica- tienen que ir a un centro de urgencias», dice García.

Además de las alertas, el aparato recoge más información. «El aparato interroga al paciente», dice Laura Arnaiz. El enfermo tiene un transmisor en su mesilla de noche y tiene que colocarse cerca durante un minuto, para que ese dispositivo se conecte con el desfibrilador. Si no hay nada excepcional, los datos se almacenan y se envían al cabo de tres meses. Además, si el enfermo no está seguro o ha sentido algo raro, puede hacer una transmisión manual.

«No pueden recibir órdenes nuestras para evitar pirateos»

Lo único que no permiten estos aparatos es ejecutar órdenes a distancia. Solo se obedecen a sí mismos y envían información. Desde un punto de vista técnico, podrían programarse para que, además de enviar información, recibiesen instrucciones. Por ejemplo, que ante una alerta de arritmia maligna, el médico, desde el hospital, pudiese ordenar al desfibrilador que soltase una descarga. «Se podría, pero ya no se programan así para evitar que alguien los piratee», explica Enrique García Campo.

La comunicación entre el equipo sanitario y el paciente solo existe de una manera. «Si en un informe vemos algo que no nos gusta, podemos decirle al paciente que nos haga una transmisión manual», dice el responsable de la unidad.

Todos los datos viajan por la Red encriptados hasta los servidores del país de la empresa. Después, cada casa comercial los traduce en sus portales. Los profesionales ven la tira del ritmo cardíaco, con sus características ondas, y la interpretan.

Cada desfibrilador cuesta entre 15.000 y 25.000 euros.