Ligar en las galerías del Parque

Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE

21 jun 2017 . Actualizado a las 18:24 h.

Antes de que teléfonos y apps ligaran por nosotros, la tarea de escoger el lugar, la ropa y las palabras adecuadas necesitaba ser calculada de un modo exacto. Sin margen de error. Antes no se podía escribir, borrar, escribir de nuevo y pulsar «enviar». Bendito invento.

Los de mi generación, esa que está perdida entre los millennials y los X, decidió sin querer ni voto popular asentar la zona del flirteo ourensano en las galerías del parque de San Lázaro.

Sin glamur, con el riesgo de volver a casa con el culo cuadrado tras horas interminables de limpiar con el trasero las cáscaras de pipas de los cuatro escalones de entrada. Todo aderezado con granizados sin sabor y olor a bollería industrial.

Esa pequeña escalera estaba reservada, por real decreto universal sin documento físico, para las pandillas de jóvenes importantes con el tipo de sonrisa que abre puertas sin pedirlo, los que compraban cigarrillos sueltos, a los que el yonqui de turno nunca se atrevía a atracar.

Cada uno buscaba su posición geográfica personal que permitiese cruzar la mirada con la otra persona. Aprender a ligar desde la distancia. Sin tocar. Sin hablar.

Las guapas miraban a los guapos. Los guapos miraban a las guapas, mientras nosotros -considerados el resto- hacíamos de pobres mensajeros transportando frases universales, sinceras y directas como «le gustas a mi amigo», «dice fulana que te espera en el banco X», desesperados porque unos y otros decidiesen llegar a un acuerdo de acercamiento.

La mayoría de las veces la espera nunca se acababa, como aquel disco de Dire Straits con el que me aburría cada tarde, y así entre viaje y viaje, entre recados, idas y venidas, el resto de nosotros y el resto de ellas, aprovechábamos para practicar nuestra propia visión del flirteo.

En las escaleras de entrada lo único que se cruzaban eran piernas y miradas, sin embargo dentro del parque, justo al lado de la fuente central que nadie se atreve a poner en funcionamiento, nosotros tratábamos de cruzar la línea del morreo deseando escondernos debajo de aquel columpio donde todos decían que pasaban las cosas. Donde recibir un beso o un bofetón era la resolución a haber dicho la palabra adecuada. Haber puesto la mano en el lugar inapropiado.

Obtuve de los dos a partes iguales, y de los dos aprendí más o menos lo mismo.

Cuando volvíamos a las galerías otra vez bajo el papel -merecedor del Goya- de recadero e informador, nos preguntaban qué había dicho el otro, a lo que, un día ya harto de esa especie de juego inválido de comportarse como pavos reales, contesté firme, sólido: «La respuesta más corta es hacer las cosas».

Perdí la virginidad antes que mis amigos los guapos, aunque ellos nunca lo vayan a reconocer, aunque seguí siendo un miedica como todas saben. Dudo que hoy, tanto tiempo después, Tinder evitase el miedo, pero ojalá hubiera existido cuando yo observaba al resto sentado en el muro de aquel parque. Eso sí es ligar en la distancia.