El blues del desarraigo

Tareixa Taboada OURENSE

OURENSE

Miguel Villar

Carlos Teijeiro coagula el tiempo en una magnífica colección fotográfica

20 sep 2021 . Actualizado a las 12:20 h.

«La ciudad cree que fuera de ella no hay más que paisaje, patatas y leche; ignoran que también existe una cultura noble, antiquísima e insobornable». Castelao.

La mirada poética del fotógrafo Carlos Teijeiro reflexiona, a través de sus Esquecementos, sobre el desarraigo y el abandono de la Galicia rural interior mediante una exposición de carácter itinerante que se asienta temporalmente en el magnífico contenedor expositivo que constituyen las pandas articuladas alrededor del diáfano patio cuadrangular del piso superior del Liceo Ourensano, un espacio multidisciplinar, flexible y acogedor que cuenta con una programación cultural atractiva y variada, dirigida y coordinada con gran sensibilidad, conocimiento y coherencia por Antón Alonso y Armando González al frente de un equipo profesional de doce personas que aproximan a todos los ourensanos este espacio emblemático y culturalmente dinámico, constituido como sociedad abierta y situado en el corazón de la ciudad.

La exposición fotográfica de Carlos Teijeiro titulada Esquecementos… Ninguén, forma parte de la colección formada por más de 64 secuencias en blanco y negro que se expuso en la Sala de Arcos del Concello de Celanova en el verano de 2019 y ese otoño en la Casa de los Poetas. En las imágenes el fotógrafo realiza una reflexión contextualizando la narración en la zona de Ramirás, nuestra Galicia interior, hostigada por el drama de la emigración y el abandono y la acuciante problemática del despoblamiento rural, analizado en su todo y en su parte con cruda melancolía, el efecto del olvido en las casas abandonadas, antes hogares, en la tragedia de los enseres domésticos y recuerdos familiares, las fotografías sin dueño ni nombres en las cartas sin destinatario, presas y huecas en sus palabras dirigidas a nadie que, como las promesas incumplidas, se esconden en el trasfondo de algún cajón de la memoria, enterradas entre disculpas cotidianas y nidos de ratón.

Donde la carcoma de la impotencia y la soledad destruye más que la humedad, el desamparo, y va dejando huecos que son abismos, espacios en blanco. En la ausencia. De ahí la carencia de presencia humana en las imágenes en las que el fotógrafo dota de protagonismo a ese silencio impostado del vacío en un espacio condenado a la pérdida como la memoria. Esquecementos, en palabras del autor, son miradas y mensajes que intenta mostrar y transmitir tal y como los vio y a través de ellos trasladar las emociones y vivencias experimentadas en esos paisajes furtivos mediante los encuadres construidos, las iluminaciones y sombras y los escenarios creados para intensificar el efecto dramático de la narración. El fotógrafo pontevedrés compagina su vocación curativa de la enfermería con la imagen, una pulsión humanitaria empática que desvela a través de su mirada.

El valor de lo humano se materializa en la sensibilidad con la crea una escenografía para la colección, una instalación de carácter performativo en la que consigue el efecto inmersivo del proyecto expositivo a través de los materiales objeto de estudio: tira de contactos, negativos, fotos antiguas, actas notariales, documentos… todo ello contextualizado espacialmente en la zona de Celanova y Ramirás y revisado, recuperado con mimo y respeto, reivindicando el recuerdo de una identidad borrada por la hiedra de la desolación y el olvido que pugna por sepultar entre sus fauces ávidas de una indigna damnatio memoriae o condena de la memoria. Es por esto que el fotógrafo integre el subtítulo Ninguén para definir la exposición. Son escenas olvidadas, retratos de lugares y personas con el rigor inquietante de las imago mortis, por instancia de un tiempo acartonado. Imágenes poéticas acompañadas por versos y reflexiones en las que la memoria hace un pulso al olvido, componiendo un puzle convertido en collage inventado de las vidas expuestas. Inexorable sobre sus tenazas de hierro, el tiempo se congela a las doce menos veinte en el reloj. La soledad es una cama plegada y vacía, la espera es una maleta varada en el rincón del desengaño, la ilusión es una bombilla rota. En la distancia las cartas se amontonan como hojas en otoño y en las puertas cerradas arañadas por el sol, las grietas rompen paredes y familias.

Cabe destacar el buen uso del revelado químico y del procedimiento analógico a través del que viaja en el tiempo y nos traslada a un pasado reciente, resituando actores y lugares con dignidad y reescribiendo un relato coherente y humano en el misterio emocional que empieza donde la técnica acaba.