Treinta años desde el primer Emilio Rojo

A ARNOIA

Santi M. Amil

El personaje y su vino han moldeado un perfil tan singular como irrepetible en la recuperación de la autoestima de O Ribeiro

03 abr 2017 . Actualizado a las 20:19 h.

Es un tipo singular Emilio Rojo Bangueses (Arnoia, 1951). Suma tantos matices que acaba siendo único e irrepetible. Este año cumple treinta como viticultor y productor de Ribeiro. Y aunque lleva una buena temporada alejado de los focos, no ha dejado de romper esquemas, el primero cuando decidió dar un vuelco a su vida, volver a la tierra y abandonar la sabrosa nómina que le daba su muy especializada formación tecnológica. Vale que va de modesto, pero no es un coitado. Siempre defendió con pasión lo suyo, a veces de forma vehemente y sin importarle los callos -más de uno y de dos- que dejaba magullados. Lo hace, además, con la seguridad de saber que sus manos, su cabeza y su corazón están dentro de cada botella. No solo empezó haciendo un buen vino, honesto y deferente, sino que aportó a eso que llamamos el sector un perfil y una imagen diferente. Su verbo desinhibido y su espontaneidad le ayudaron a abrir puertas y le granjearon simpatías en un entorno aburrido en el que abundan predicadores y pesados, pero también atrajo alguna que otra mala cara cuando se atrevía a desdeñar lo que otros hacían. El personaje es una parte importante del vino, pero no lo es todo. Ha llegado, sin regalar nada, a mesas privadas y a cartas de restaurantes que hace treinta años ni hubiera soñado. Y se ha mantenido, algo que no es fácil solo con un bigote más o menos cuidado, o una etiqueta simpática. Entre Arnoia y Leiro ha ido afianzando sus viñedos y una producción justa, solo con lo propio, con lo suyo y lo de Julia, sin abarcar más allá de lo que pueda atender con sus manos, desde el cuidado de las cepas hasta la elaboración del vino y la posterior distribución, personalizada en lo fundamental, hasta donde lo permita la furgoneta. Tampoco se ha esforzado a caer bien a todo el mundo. Antes de embotellar ya lo tiene todo adjudicado. Es un referente del despegue del Ribeiro, aunque nunca haya pasado (hace mucho tiempo) de doce mil botellas. Y es una pieza clave mal que pese a más de uno, a productores que con tanto esfuerzo, incluso con más y más inversión, no han conseguido auparse al olimpo donde el fillo do muiñeiro tiene sitio asegurado.