¿Y los pueblos?

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa DE REOJO

BANDE

12 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En el imaginario colectivo de parte de mi generación el pueblo es el lugar donde nunca pasaba nada. Aunque con el transcurso del tiempo descubrimos que era el lugar donde pasaban cosas buenas, donde se quedó atrapada parte de nuestra infancia.

Las puertas no se cerraban. El agua la bebías de la fuente. Los higos los cogías de la finca del vecino. Todo el mundo te llamaba por el nombre de tus abuelos y añadía algún apunte: o grande, o pequeno, o mediano. Tus primos se transformaban en tu pandilla. Llevabas una muda para la misa de las fiestas. Podías quedarte despierto hasta que acabara la orquesta. Tenías un escondite secreto al que los demás tenían que entrar con contraseña. Cazabas avispas. Y te picaban. Adoptabas un gato y todos los perros eran tuyos. El pueblo era ese lugar donde no pasaba nada malo. Donde no tenías miedo. ¿Qué miedo ibas a tener si estabas en casa?

Siempre me dieron pena los niños -cuando yo era pequeña eran menos de los que serán ahora- que no tenían pueblo al que ir el fin de semana o durante las vacaciones. ¿Cómo puedes no tener pueblo? ¿Es que no tienes abuelos? Eso pensaba yo, desde la convicción de que todas las familias tenían puesto un pie en el rural; un rural al que nunca le llamé rural. Como se puede concluir a estas alturas de la columna, le llamaba pueblo.

Es probable que en ese momento en el que las aldeas se convirtieron en un lugar al que ir de visita los fines de semana se estuviese gestando el principio del fin: pueblos cada vez más vacíos, más viejos, más abandonados, más vulnerables.

Lo fuimos viendo venir pero no fuimos capaces de hacer nada para remediarlo. Y así, los pueblos -llámele Güin, en Bande, donde hace una semana asaltaron y pegaron a tres mujeres para llevarse 200 euros- pasaron de ser lugares donde ocurrían cosas buenas, donde se generaban recuerdos de color amarillo como el sol, a ser lugares donde hay vecinos que se sienten solos y que pasan miedo. Aquellas calles sin acera donde nunca te iba a pasar nada malo son ahora calles más amedrentadas y más tristes.