Olegario Sotelo Blanco, el niño de aldea que emigró con 500 pesetas y acabó construyendo medio millar de pisos en Barcelona

María Cobas Vázquez
maría cobas O BARCO / LA VOZ

CASTRO CALDELAS

Olegario Sotelo Blanco en Castro Caldelas, con el castillo al fondo.
Olegario Sotelo Blanco en Castro Caldelas, con el castillo al fondo. MIGUEL VILLAR

«A emigración é dura, antes e agora», dice el también editor

11 oct 2023 . Actualizado a las 22:02 h.

«Eu son un rapaz de aldea». No es Balbino, el protagonista de Memorias dun neno labrego. No es un personaje de Xosé Neira Vilas, pero sus raíces son las mismas. Incluso el tiempo de su historia (a mediados del siglo pasado) es coincidente. Y aunque comparten origen, Olegario Sotelo Blanco tenía claro que no quería ser «un ninguén», como se definía Balbino. Por eso tras haber cursado el Bachillerato en Ourense y sabiendo que sus padres no podían seguir pagándole los estudios, Olegario decidió irse a Alemania. Fue un plan fallido por la negativa de sus progenitores. Tenía 17 años y sin su consentimiento no podía cruzar la frontera. «A miña idea non era quedar arando como fixeran os meus antepasados desde o século XII. Andei co arado e rocei toxos, pero non me gustaba», dice. Se fue con un vecino del pueblo a Cataluña. Sus padres seguían sin estar de acuerdo, pero no pudieron hacer nada para frenarle.

En Barcelona, Olegario comenzó a trabajar como camarero en el bar de un gallego. Después fue vendedor de cuadros a domicilio, comercial de seguros y hasta detective privado antes de volver a Galicia para hacer el servicio militar. Durante su estancia en A Coruña se sacó el título de delineante de construcción, un sector en el que había hecho sus pinitos durante los meses previos y en el que veía futuro. «Empecei facendo casas pequenas porque non tiña posibilidades económicas. Eu marchei con 500 pesetas no peto que me dera a miña nai, así que cartos tiña poucos. Pero fun facendo casas e vendéndoas. Era un bo momento e fun medrando. Fixen 500 pisos en Barcelona», resume. Su empresa de construcción llegó a tener 60 empleados. «Sempre me gustou rodearme de bos equipos de traballadores. Tiven o mesmo encargado de obra comigo durante trinta anos», relata. La suya es una historia de éxito, pero también hubo malos momentos. «A emigración é dura, érao antes e ségueo sendo agora».

Aunque se dedicada al ladrillo, a Olegario le gustaba (y le sigue gustando mucho) leer. También escribir. Cuando intentó publicar vio que no había sitio para él ni para otros muchos. «Se tiña moitos problemas para editar en Barcelona, que era o berce das editoriais, que non ía pasar en Galicia?», se preguntó. Así que fundó la editorial Sotelo Blanco. «Editamos cousas que non se estaban publicando, como poesía e teatro», relata. La primera obra en ver la luz bajo el nuevo sello fue Vendima, de Manolo Casado. «Grazas á construción puiden crear a editorial e publicar moitos títulos», relata. De hecho, incluso puso en marcha una segunda, Ronsel, para imprimir en español la obra de autores gallegos.

Inquilino en La Pedrera

En un primer momento, Sotelo Blanco tenía su sede en Barcelona. Y no en un lugar cualquiera, sino en un despacho de 2.000 metros cuadrados en el edificio La Pedrera. «Cando entrei de alugueiro, Gaudí [la también conocida como Casa Milà es uno de los edificios icónicos del arquitecto] era máis valorado polos xaponeses que polos cataláns», rememora el ourensano. El local había estado en manos de otra empresa que había dañado el techo, que Sotelo rehabilitó. Estaba la editorial y también la radio, un espacio libre en el que se hablaba en gallego, pero también en castellano y catalán. «A Jordi Pujol [entonces presidente de la Generalitat] non lle gustaba, así que acabouna pechando. Quitounos a concesión», explica.

No fue su único problema. A finales de los setenta, La Caixa de Cataluña compró el edificio y quiso echarle. Tras varios pleitos, Olegario abandonó La Pedrera en la década de los ochenta y trasladó la editorial a Santiago. Durante tres años vivió a caballo entre Barcelona y Santiago de Compostela. Hace una década regresó definitivamente a Galicia y a raíz de la pandemia se instaló en Castro Caldelas.

A sus 78 años recién cumplidos acaba de publicar sus memorias. «Quería escribir os meus recordos, as aventuras que vivín como pastor, como editor e como construtor», relata. Y nadie mejor que él mismo para contarlo. El resultado es O neno pastor que venceu o lobo.

El sueño pendiente de trasladar su museo etnográfico a la Ribeira Sacra

Olegario está soltero y no tiene hijos. «Non tiven tempo, estaba moi ocupado», cuenta entre risas. No tiene descendientes, pero sí un importante legado que ahora quiere traer de vuelta a casa. Se refiere a la fundación que lleva su nombre y, sobre todo, al Museo Antropolóxico que creó en Santiago. Hace años que firmó un convenio con la Diputación de Ourense para trasladarlo a Castro Caldelas, pero todavía sigue pendiente de materializarse. Confía en que el nuevo presidente del organismo provincial sea más sensible con el tema que su predecesor y que el museo pueda abrir pronto sus puertas. «Son máis de 3.000 pezas que fun recompilando en casas labregas e, sobre todo, en anticuarios e onde puiden», rememora. Aspira a que el museo sea también un espacio interactivo en el que se organicen actividades para dinamizar la Ribeira Sacra.

Sigue siendo presidente de la fundación que lleva su nombre. Y continúa escribiendo. «Non me aburro», resume. Además, en su día a día disfruta dando paseos por la aldea que le vio nacer. «Aquí respírase aire puro», dice.

DNI

Quién es. Olegario Sotelo Blanco nació el 8 de septiembre de 1945 en Quintela de Mazaira, en Castro Caldelas.

A qué se dedica. Tras probar varios oficios, entró en el mundo de la construcción. Lleva más de una década jubilado.

Su rincón. Elige Castro Caldelas, localidad en la que vive desde hace poco más de un año, aunque a diario va a dar un paseo por su aldea natal.