«No sabía el oficio pero llegué a ser maestro de afiladores»

xosé manoel rodríguez OURENSE / LA VOZ

NOGUEIRA DE RAMUÍN

Santi M. Amil

El consejo de dos vecinos hizo que se llevase una rueda de afilar cuando emigró a Caracas

05 mar 2017 . Actualizado a las 11:12 h.

La vida de Julio Rodríguez Álvarez dio casi tantas vueltas como las de la rueda de afilar que en tiempos le sirvió para ganarse un buen dinero en Caracas. Desde el fondo de unos ojos azules que mantienen un brillo envidiable y camino de los 97 años, en agosto llegarán, recuerda sus experiencias en el oficio desde su casa de Vilouriz, en Loña (Nogueira de Ramuín). Conoció el barallete mucho antes de ejercer de afiador y lo suyo era la zapatería. «Mi padre estuvo emigrado en Cuba y después volvió. Cuando yo era pequeño tenía zapatería en Asturias, ese era el oficio que después yo dominaba. Estamos hablando de los tiempos de cuando hubo la guerra en Asturias. Él conocía el barallete y fue quien me lo enseñó: a lo mejor llegaba una clienta y para que no supiese lo que hablábamos lo utilizaba. Otras veces era para advertir algo o para decirte que era buena clienta; o para que le cobrara duro a tal persona porque tenía de largo con que pagar». En 1941 contrajo el tifus y el escenario no pintaba bien: «Del 2 de febrero al 14 de mayo los pasé en cama y mi madre no hacía más que llorar porque pensaba que me iba a morir».

La emigración convirtió en afiador a Julio Rodríguez Álvarez. Se casó y decidió marchar a Venezuela para labrarse un futuro mejor. «Y había dos vecinos de aquí, Benigno Romero (de Armariz) y Jovino Valcárcel, que me dijeron que me llevase la rueda que así no iba a pasar hambre. Les respondí que no sabía nada del oficio, ni afilar una cuchilla de zapatero, pero les hice caso. Le compré la rueda a Manolo -Manuel Rodríguez Álvarez, el artesano de Loña- por 1.500 pesetas y con ella embarqué para Venezuela».

En Caracas remató ejerciendo el oficio y el tesón tuvo su recompensa. «Acabé siendo maestro de afiladores. Afialaba navaja de barba, tijeras de todo tipo, hasta instrumentos de cirugía», recuerda Julio Rodríguez al tiempo que cita algún hotel de la capital venezolana para el que trabajó. Luego se hizo transportista y durante 35 años, de los 59 que estuvo en el país, estuvo en una empresa de repuestos que servía a las grandes firmas petroleras.

Mantiene viva la memoria, titubea pero se arranca: «Nefre es la nariz, liras son las vacas, belba la Guardia Civil, bicudo el cerdo, doca el perro, xirar es pedir limosna, mutilo es un niño, furga una joven, triscantes son los dientes, berxena la iglesia, meias las ovejas, muro es el pueblo, garabela es bonita (una mujer, por ejemplo), felou quiere decir que murió, las mujeres son belenas y las mamelas las tetas, fulga es un niño de teta, Vilona es Ourense y las churras son las pitas, las gallinas». Julio Rodríguez Álvarez elaboró en su día un pequeño diccionario, de cerca de trescientos términos, aunque lamenta que no se llegase a publicar por parte del Concello de Nogueira de Ramuín. Vuelve al barallete y sentencia: «Para que salgan todas las palabras tendría que estar aquí conversando con otra persona porque así van surgiendo».