José Manuel Heras Prado, sacerdote: «Hay muchos mayores que pasan por situaciones penosas por no molestar»

Fina Ulloa
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José Manuel Heras Prado es el responsable de la Delegación de Mayores de la Diócesis de Ourense
José Manuel Heras Prado es el responsable de la Delegación de Mayores de la Diócesis de Ourense MIGUEL VILLAR

La Diócesis de Ourense coloca a un cura joven al frente de la delegación episcopal de mayores con el reto de combatir la soledad

29 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

José Manuel Heras Prado (Barcelona, 1986) ejerce como cura en la zona de Avión pero, además de atender las necesidades de las siete parroquias que le están encomendadas, el obispo Leonardo Lemos, acaba de nombrarle responsable de la Delegación Episcopal de Mayores de la Diócesis de Ourense.

—¿Cuál es el objetivo de esta delegación?

—Lo que queremos es que las personas no se perciban relegadas a un segundo plano por llegar a cierta edad. Que no se sientan solas ni en lo espiritual ni en lo humano, que se noten acogidas en el camino de la fe y también escuchadas y valoradas. La soledad está más arraigada de lo que nos pensamos en la sociedad actual, incluso cuando estamos rodeados de mucha gente.

—¿Y eso cómo se consigue?

—Profundizando. Si le preguntamos a un mayor simplemente qué tal está cuando nos lo encontramos en misa o en la calle, nos va a decir casi seguro que bien; pero igual esa persona acaba de perder a su marido o a su mujer justo en esta etapa de la vida en la que se encuentra con más limitaciones o tiene una situación familiar que no es la más favorable para afrontar esa nueva soledad. Que los mayores se sientan partícipes de una parroquia, que es otro tipo de familia, ayuda. También tenemos que mirar cómo prestar ese apoyo incluso a los mayores que están en residencias.

—¿Por qué?

—Porque es cierto que cuando un mayor entra en una residencia sabemos que va a estar muy bien tratado y a tener todas sus necesidades de atención física cubiertas. Y esa certeza de que están allí como reyes y que no les falta de nada hace que, en ocasiones, sus familias estén tan tranquilas que relajan su atención sobre otras necesidades. O directamente hay personas que no tienen esa red familiar. Están físicamente bien, muy bien cuidados, pero ¿cómo están sus emociones? O incluso ¿sabemos si les es posible vivir esa faceta espiritual que para ellos, por edad y educación, es importante y les aporta consuelo? Hay un abandono grande en estos aspectos.

—Pero en las residencias sí suele haber oficios religiosos o ven la misa por la tele los domingos

—No he querido decir que en estos centros se impida la faceta de lo religioso. Yo estoy yendo a un asilo, como muchos de mis compañeros. Pero precisamente por eso también sé que los mayores no hablan así como así de su vida, de su situación y de cómo lo están pasando. Cuando termina la misa les invito a pasar a charlar si les apetece y ahí es cuando te das cuenta de que, tal y como te está hablando esa persona, es muy necesario crear espacios para que puedan expresar con tranquilidad cómo se sienten. Eso les hace estar en paz, sentirse anímicamente curados. Algunas veces, el simple desahogo y que alguien les escuche y les diga que va a intentar ayudarle con algo que les preocupa ya les genera tranquilidad.

—En una provincia como esta, ¿no es una tarea inabarcable?

—Lamentablemente parece que cuantos más mayores hay, más difícil se nos hace llegar a ellos. Por eso es tan importante que encontremos personas que nos ayuden, gente joven que se implique. Y no es fácil porque jóvenes hay cada vez menos. Los sacerdotes también tenemos que seguir haciendo esfuerzos en ese camino. Muchas veces uno se conforma con los que van viniendo a la misa, pero si empiezas a profundizar, puedes encontrarte con que hay muchas situaciones de gente que está pasando por un momento difícil en soledad, que aunque tenga familia es como si no la tuviese por que viven en otra ciudad o en otro país, o por otras circunstancias.

—¿Suelen los mayores acudir a los curas para expresar esas situaciones de soledad?

—Algunos se confían a nosotros pero muchos pasan por condiciones muy penosas por no molestar y no tener a quién contarlo. Esta delegación pretende llegar a ellos para cubrir sus necesidades espirituales, que es importante y primordial; pero también servir de puente para que vivan dignamente. Si hay cercanía se pueden detectar muchas situaciones y podemos ayudar a buscar apoyo incluso en otras instituciones, desde Cáritas a los servicios sociales de los ayuntamientos, por apuntar dos.

«Los jubilados deben sentir que tienen mucho que aportar dentro de la Iglesia»

La Delegación Episcopal de Mayores lleva aparejado otro cargo: el de consiliario de Vida Ascendente, un movimiento laico vinculado a la Iglesia que este joven cura se propone impulsar dentro de la Diócesis de Ourense.

—¿Qué son exactamente los grupos de Vida Ascendente?

—No es como un grupo bíblico, en el que las personas se reúnen para profundizar sobre la palabra de Dios. Aquí trasladan lo que a ellos les inspira el Evangelio a su vida personal y al mismo tiempo generan vínculos de amistad en los que comparten vivencias y preocupaciones. Hablan de temas actuales, se dan apoyo y también ayudan a otros que puedan estar pasando por situaciones delicadas, de soledad, por ejemplo. Estos grupos hacen que las personas sientan que no pasan a un segundo plano. Los jubilados deben sentir que son útiles y tienen aún mucho que aportar dentro de la Iglesia; que su vinculación con su fe no tiene por qué limitarse a ir a misa y punto.

—¿Hay muchos en Ourense?

—Hay alguno, pero muy reducido. Antes de la pandemia estaban funcionando bien en Fátima y Salesianos. El objetivo es que se puedan formar más, primero aquí en la ciudad, donde lógicamente al haber más gente puede haber también más personas interesadas, y luego también en las villas o incluso en el entorno rural donde yo creo que estos mayores pueden hacer una gran labor de apoyo mutuo.

—¿Y cuál es su tarea en ellos?

—El consiliario es el sacerdote que acompaña a esos grupos para ayudarlos ante las dificultades que les puedan surgir para que vayan creciendo. El cura no los dirige ni está con ellos en sus reuniones. Lo que sí estamos haciendo ahora con apoyo de los párrocos es buscar a personas interesadas, que quieran ser los que lideren esa creación de los grupos.

El fan de Bustamante y Pavarotti que fue camarero y actor antes que cura

José Manuel Heras llegó al seminario con 28 años y se ordenó sacerdote en junio del 2021. Tenía 35 años recién cumplidos. La suya, reconoce sonriente, no es lo que suele definirse como una vocación temprana. De hecho con él casi se cumple aquello de ser cocinero antes que fraile. En su caso, fue camarero y actor antes que cura. Su trayectoria laboral arrancó en el negocio familiar de hostelería que montaron sus padres cuando regresaron de la emigración en Cataluña. «Trabajé tanto en la cocina como en sala», recuerda. Aquella primera experiencia le sirvió de mucho cuando su aventura artística en Madrid y Barcelona no le aseguraba ingresos para mantenerse. «Combinaba las dos cosas y solo cuando tenía suficiente trabajo en el teatro dejaba la hostelería», cuenta José Manuel. Este joven, el menor de tres hermanos, siempre ha tenido una vena artística que se plasmó tanto en su afición a la música como en el gusto por la escena. De la primera faceta sacó un manejo aceptable del acordeón que aún aprovecha en sus ratos libres. La música es una de sus aficiones y, sin llegar a calificarse de melómano, lo cierto es que sus gustos son amplios y variados. «Desde el pop o las baladas de Bustamante hasta la música clásica o la ópera en voces como la de Pavarotti», resume.

Con el mismo empeño que puso en aprender el manejo del acordeón, para lo que buscó academias que pudieran ayudarle, se abrió paso en el teatro. «Estudié con mucha gente y llegué a trabajar para varias compañías durante unos cinco años», comenta sin querer entrar en muchos detalles. Aclara que no es porque se arrepienta. «En aquel momento sentía que esa era mi vocación y lo di todo en esa faceta; pero llegó un momento en que me di cuenta de que había otra llamada, cada vez más fuerte y más importante que debía seguir», relata.

Eso no implica que haya renegado de una expresión artística que, asegura, no descarta volver a retomar. Eso sí, en este caso no será asumiendo un papel protagonista sobre el escenario, sino como una herramienta más dentro de su nueva vida como cura. Cuenta que en alguna parroquia de la zona de O Carballiño ya le han pedido que eche una mano con un grupo aficionado. «De momento no me he comprometido porque me falta tiempo; pero estoy convencido de que el teatro es una buena fórmula para llegar a los mayores», afirma.