Leyes educativas más complejas e ineficaces

Olalla Núñez FIRMA INVITADA

OURENSE CIUDAD

Santi M. Amil

06 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Tuy jovencita, recién cumplidos los 21 años, finalicé mi carrera de violín. Cursé el grado profesional en el Conservatorio de Ourense y en esta misma ciudad imparto clases de música en el IES O Couto. Pertenezco a una familia de docentes y el tema educativo ha estado muy presente en mi casa desde que tengo uso de razón.

Nunca me había planteado ser profesora, de hecho, no me llamaba demasiado inicialmente. Pero las circunstancias propiciaron que empezara de inmediato a preparar las oposiciones de secundaria y lo que sí tenía claro es que, si me ponía a ello, iría a muerte en el intento. Renuncié a las clases de violín que estaba impartiendo en la Escuela Municipal de Música y dediqué íntegramente mi tiempo a preparar las oposiciones. No era tarea sencilla, ya que gran parte del temario no lo habíamos dado en la carrera, pero lo que siempre he tenido claro y he aplicado en mis objetivos es que los logros se alcanzan con trabajo y esfuerzo; y a ello me puse.

De aquellas, la música había ganado algo de peso en la enseñanza secundaria y en el bachillerato, y se ofertaban bastantes plazas, así que, como estaban abiertas a todos aquellos aspirantes en condiciones de presentarse, concurrían candidatos de todo tipo de especialidades. Los de música, sin embargo, éramos los únicos que no podíamos optar a plazas de otra especialidad distinta a la nuestra, porque se consideraba que no estábamos habilitados ni capacitados para enseñar ninguna disciplina que no fuese nuestra propia materia. Y así, con mucha dedicación, logré obtener una plaza de música que parecía que iba a darme una tranquilidad laboral.

Me impliqué a fondo en mi trabajo, dediqué gran parte de mi tiempo laboral y personal a perfeccionarme e innovar en mi terreno, a crear actividades provechosas y atractivas para mi alumnado, en definitiva, a conseguir que la música llegase a ellos y formara parte de su aprendizaje, no solo musical, sino personal. Que ganaran confianza en ellos mismos, que perdieran el miedo, que se implicaran en el trabajo y en nuevos proyectos y, sobre todo, que nunca perdieran la ilusión; eso era esencial. Pero para que el alumnado se ilusione, es obvio que el docente que imparte la materia debe hacerlo también con ilusión.

Yo pasé toda mi etapa estudiantil con una sola ley educativa (la LODE) y no procedo de una mala generación. Nuestra etapa educativa no fue traumática. Nos inculcaban el respeto y el esfuerzo y así lo entendíamos y lo intentábamos para salir adelante. Por lo que sé de muchos de mis antiguos compañeros, todos ellos tienen un puesto de trabajo.

Pero en el tiempo que llevo como profesora ya vamos por la sexta ley educativa (primero fue la LOGSE, seguida de la LOPEG cinco años después, la LOCE, la LOE, la LOMCE y ahora entramos en la LOMLOE). Ya solo leer esto suena a chiste y cachondeo. Tanto cambio, tantas siglas, ¿para qué? ¿Ha mejorado algo? ¿Tenemos mejores resultados? ¿Alumnos más formados? ¿Profesores más motivados? El profesorado loco y resignado y el alumnado apático y desmotivado.

Leyes infumables, como la mayoría de las que tenemos en este país. Papeles y papeles de literatura enrevesada que no llegas a entender y en la que no sabes si lo que estás leyendo dice lo que crees interpretar o todo lo contrario.

Recuerdo que un día apareció en el Departamento de Latín una programación de hacía 40 años. Una sola hoja, clara y concisa, donde el profesor sabía exactamente qué tenía que impartir y en qué momento. Ahora mismo tenemos una programación de música de 90 páginas, en las que no hay manera de aclararse en los conceptos ni en la temporalización.

Señores políticos y legisladores. ¿Cuándo vamos a asimilar de una vez por todas que lo claro y conciso es más fácil de entender y, por lo tanto, de llevar a cabo y de cumplir? ¿Por qué se empeñan en llenarnos cada vez más de burocracia, trámites e informes para cubrir, cuando deberían preocuparse por nuestra eficiencia y eficacia como enseñantes y educadores? Ocúpense de que nuestras materias sean impartidas de una manera clara, motivadora, eficaz y entendible. Con esa misma y esperada claridad debería encontrarse el marco normativo.

Cada ley que fue apareciendo superaba en compleja, ineficaz e ininteligible a la anterior y, en todas ellas, la música fue la gran perjudicada. No me voy a explayar más, en estos momentos, en explicar la importancia de mi materia; sonaría egocéntrico y nos alargaríamos indefinidamente, pero los responsables de los sistemas educativos deberían estar al tanto de lo que es importante y necesario para la formación de nuestra juventud y de ellos es la responsabilidad de estar informados al respecto.

Empecé siendo una profesora de música motivada y con ganas de transmitir conocimientos a mi alumnado. Ahora, no sé de qué voy a ser profesora; cada día hay amenazas con tener que impartir materias que no son las mías, a las que llaman afines. ¿Afines a qué? Con mi materia no tienen ninguna afinidad. Mendigando y arañando horas de donde sea, cuando en su día no se me permitía presentarme a oposiciones que no fueran de música por no estar —consideraban entonces— capacitada para impartir especialidades distintas a la mía.

Profesoras y profesores desmotivados, cansados de cubrir papeles, de intentar entender leyes y nomenclaturas que no paran de cambiar. Alumnos y alumnas que no destacan por estar mejor formados que hace 30 años, ni muchísimo menos, se encuentran más desmotivados y ante un sistema que pretende ir en busca de los resultados y la calidad (pero solo de cara al exterior) y que en absoluto promueve la cultura del esfuerzo. Yo no quiero ser corresponsable de la formación de una generación ignorante, desmotivada y perdida. Si esto es lo que nos queda, paren el tren que yo me bajo.

Olalla Núñez Deza es profesora de Música en un instituto ourensano