«Sin ganas y sin imaginación, un negocio no puede durar 45 años»

Cándida Andaluz Corujo
cándida andaluz OURENSE / LA VOZ

VERÍN

Manuela Prado, propietaria del restaurante Brasil de Verín
Manuela Prado, propietaria del restaurante Brasil de Verín Santi M. Amil

Manuela Prado heredó de sus padres una casa de comidas que espera traspasar a uno de sus hijos

26 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Manuela Prado Pérez tiene 64 años y es la propietaria del restaurante Brasil de Verín. Un establecimiento que heredó de sus padres en 1977. Manuela llegó a la villa del Támega siendo niña. Sus padres, que habían emigrado desde los concellos de Riós y Vilardevós a Brasil, decidieron en 1968 regresar a su tierra y montar un negocio.

«Ellos se conocieron allí y se casaron. Al principio vivieron en Santos, en el estado de São Paulo, y luego en Curitiba, de Paraná. Mi madre añoraba su casa y quería estar con sus padres. Un año vinieron de vacaciones y ya compraron un local, en el que están la casa y el restaurante, este último en el bajo», explica Manuela. Su madre, Hortensia, era modista. Llegó a hacer trajes de novias. Su padre, Francisco, trabajó primero en una fábrica de papel y más tarde montó una barbería, a la que llamó Salón Galicia.

Manuela rememora el inicio de sus padres en Verín. Explica que pensaron que lo más fácil sería montar una casa de comidas, ya que su madre sabía cocinar muy bien. Con 11 años, Manuela ya ayudaba habitualmente en el negocio. «Para nosotros —habla de ella y de sus hermanos— la adaptación fui muy buena, porque éramos pequeños. Recuerdo llegar de la escuela e ir directa al restaurante a atender el comedor. Eran otros tiempos. Echaba una mano a mis padres, aunque para mí era como un juego», relata.

En 1977 se casó con Antonio Álvarez y se quedaron al frente del Brasil. Mano a mano, como siguen haciendo hoy en día. «Mi padre nos ofreció a los hermanos quedarnos con el restaurante, pero solo quise yo. Nos quedamos aquí y ellos se jubilaron», recuerda. Desde entonces ha estado dando de comer no solo a los vecinos de la villa sino también a los de concellos limítrofes y otros comensales atraídos por el boca a boca.

«¿Cuántas horas he pasado en el restaurante? No se pueden contar. Más que las que tiene un reloj», subraya. Y habla de lo sacrificado de la profesión. «La hostelería es muy dura, tienes muchas cosas que hacer. Nosotros, por ejemplo, el domingo pasado eran las seis de la mañana y bajamos de casa para preparar un cocido para trescientas personas. Llevamos mucho trabajo, pero también muchas satisfacciones», añade.

Explica que al principio aprendió a cocinar al lado de su madre, con los menús caseros. «Era lo que se hacía antes. Empezamos con cosas básicas pero hay que ir evolucionado y en un negocio como este no te puedes estancar, tienes que ir con los tiempos», añade. Así, Manuela se fue formando a través de libros o de programas de televisión. «No hice cursos, pero la escuela fue el día a día. Sin ganas y sin ni imaginación, un negocio no puede durar 45 años. Hay que trabajarlo todos los días», subraya. Aún así, el restaurante Brasil no ha perdido el sabor tradicional. Es conocido por sus almejas a la marinera, su arroz con bogavante, el entrecot y el solomillo que hacen a la parrilla, el cabrito asado o el bacalao al estilo Manola, entre otros. A ella no le gusta presumir, pero su marido apostilla que son muchas la personas que llegan al restaurante solo para pedir esos platos. No en vano, tanto ella como su madre Hortensia recibieron el premio de gastronomía de Galicia.

Tanta fue la fama, que incluso llegaron a montar otro local, que estuvo abierto durante nueve años, llamado Casa Manola. «Hubo un momento en el que teníamos mucha gente, muchas bodas y este local se nos hacía pequeño. Al final abrimos, pero años más tarde decidimos centrarnos solo en este», comenta. Afirma que cada día es un examen y que, además de tener buena mano, es importante que el producto sea el mejor.

«No se puede maquillar, aunque es importante saber el punto», explica. Tras 45 años al frente del negocio —ella misma celebró su banquete de boda en el restaurante Brasil—, piensa ya en la jubilación.

«Yo ya tengo ganas de parar, de dar el relevo, pero me da un poco de vértigo»

Tanto Manuela Prado como su marido, Antonio Álvarez, ya piensan en retirarse. Ha llegado el momento de ceder las rienda a las próximas generaciones. Sin embargo, no son capaces de decir, porque ni siquiera lo saben ellos, cuál será ese último día que madrugarán para abrir el local. «Todos nos dicen que tenemos que dar el paso y yo tengo ganas de parar, de dar el relevo, pero me da un poco de vértigo», afirma.

Actualmente uno de sus hijos trabaja con ellos. Abandonó una ingeniería para seguir el negocio familiar. «Por una parte me gustaría que siguiera y por otra no. Está la parte sentimental, el hecho de dejar un negocio que pusieron en pie mis padres a una persona que no sea de la familia. Pero si él sigue, nosotros nunca nos desvincularemos de esto, no podría. Cuando mi padre nos dejó el negocio, se fueron, y nos dejaron hacer. Yo creo que no sería así», comenta. Conoce lo dura que es la profesión, aunque sabe que los que vengan no sacrificarán tantas horas como ellos hicieron.

«¿Cómo me veo jubilada? Dependerá. Si mi hijo sigue y nosotros vivimos en el piso de arriba... De momento no hemos pensado en el futuro», concluye.

Trayectoria vital

DNI. Manuela Prado Pérez tiene 64 años y nació en Brasil, adonde emigraron sus padres. Ella tenía 9 años cuando regresaron a Verín.

El rincón. Hace 45 años que ella y su marido, Antonio, tomaron las riendas del restaurante Brasil, que se fundó en 1977.