Un limiano en el país de los tulipanes

sindo martínez VERÍN / LA VOZ

XINZO DE LIMIA

SINDO MARTÍNEZ

Cambió la agricultura antelana en los 70 por una fábrica de tornillos en Holanda

24 abr 2017 . Actualizado a las 12:15 h.

Dentro de la emigración limiana de los años 70 del pasado siglo, Holanda fue una nota secundaria en comparación con la masiva presencia de trabajadores ourensanos en otras naciones europeas como Alemania o en Suiza. Los tiempos han cambiado y los requisitos para entrar a trabajar en ese país son hoy día más duros. Todo es muy diferente a hace 47 años, cuando un joven Manuel Campos Martínez decidió hacer las maletas y cambiar de aires y de forma de vida. Holanda sigue siendo todavía como su segundo hogar.

«Las perspectivas aquí no eran buenas en aquellos tiempos», rememora Manuel, que ahora vive a medio camino entre Xinzo y su «otro país», el de los tulipanes, donde sigue teniendo su vivienda y donde trabaja y vive uno de sus dos hijos. «Aquí, cuando tenía 20 años, no quedaba otra que dedicarse a la agricultura. Yo ya había estado siendo muy joven en Alemania y en Barcelona. Tuve una oferta de empleo en una fábrica de la localidad holandesa de Helmond y decidí irme para allí», relata Campos.

Durante 32 años trabajó en una de las numerosas factorías de una localidad holandesa cercana a Eindhoven. «Cuando yo llegué allí tendría unos 10.000 o 15.000 habitantes. Ahora ha crecido mucho y rondará los 100.000», comenta. En el año 2002 tuvo que dejar de trabajar en la fábrica de tornillos en la que siempre laboró debido a un problema de salud, pero siguió residiendo en Helmond. «Hacíamos tornillos para maquinaria y para automoción. Con la implantación de la mecanización se redujo el número de empleos allí», rememora.

¿El nivel de vida? «No me puedo quejar. Tengo una casa en propiedad allí desde hace años. Me fue bien. Cumplí en mi trabajo y estoy contento de haber ido para allí en su momento. De volverse a dar ahora las mismas circunstancias, volvería a haber emigrado», resume este limiano.

De su casi medio siglo en tierras holandesas saca una conclusión: «Hay gente que ha estado o está en la emigración y habla mal del país que lo acogió. No es mi caso. Los holandeses son gente muy hospitalaria. Nunca me sentí rechazado o diferente por ser un extranjero en el país. Siempre me han tratado muy bien», asevera Campos.

¿Y la mala fama de los españoles por las guerras del siglo XVII contra los Países Bajos? «A mí desde luego, nadie me mira mal en Helmond por ser español», aclara. Y prosigue: «Tuve problemas con el idioma al principio. No fui a cursos para aprender la lengua holandesa, pese a que la empresa organizaba esas clases; fui aprendiendo poco a poco», remacha.

La adaptación a los horarios y al modo de vida no fue un problema para este antelano. «Allí hay una forma de funcionar diferente a la de aquí. Se trabaja entre las 8 y las 16.30 horas, con un descanso para comer», señala. Los comercios tampoco abren como en España. «No cierran a mediodía. Están abiertos entre las 9.00 y las 18.00 horas», expone Campos.

¿Las costumbres? Pese a todo, poco a poco se han ido asemejando a las de hispanas. «Los jóvenes allí también hacen botellón, como aquí. A ese nivel las cosas se han modificado con respecto a cuando llegue allí», asegura.

Florín, más que el marco

Manuel hace memoria: «Hace 30 o 40 años la moneda holandesa, el florín, era más potente que el marco. Era una divisa de las más fuertes». Ahora, con la implantación del euro, el nivel adquisitivo de las personas se ha nivelado con respecto al de aquí, asegura. «En su día un florín valía 75 pesetas. Eran otros tiempos», recuerda.