El alcalde faraón

Manuel Blanco EL CONTRAPUNTO

PONTEVEDRA

11 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en el que la política municipal era hormigón. En el que la figura de un alcalde se construía alrededor de su capacidad de movilizar toneladas de cemento. Poco importaba el qué, apenas un poco el dónde. La gracia estaba en el cuándo. Siempre ayer. Recuerdo a un regidor de la provincia que, a comienzos de este siglo, convocó a un grupo de periodistas en medio de un barrizal para anunciarles que allí se levantaría un aquapark y un parque multiaventura. Faltaban apenas unos meses para las municipales. Los plumillas se quedaron atónitos porque sospechaban lo que un paisano que paseaba por la zona confirmó minutos después del advenimiento: «¿Un aquapark aquí? ¿Bebéstedes algo ou que? ¡Pero si chove tanto como en Santiago!».

El síndrome del alcalde faraón pervivió durante años, y aquella orgía del mortero nos hizo creer que la fiesta no tendría fin. El votante aplaudía con las orejas ante las maneras de nuevos ricos de sus representantes. ¿Y el mantenimiento? Con cambiarle el aceite al coche... Pero en estas compareció la crisis y la bofetada tiró a una generación de regidores a la lona. Tan sonados quedaron algunos que antes de que se dieran cuenta estaban jubilados en casa, con el cerebro tan atrofiado como las arcas de su concello. Incapaces de asimilar que cualquiera podría haber jugador a ser alcalde con un cheque en blanco.

Y en esas estamos hoy. La escasez de recursos ha puesto a prueba el ingenio y la preparación de los alcaldes y sus equipos. Algunos, acunados en esta era de telarañas en la caja, le han cogido la aguja de marear al tema. Ideas sencillas pero efectivas: calles limpias e iluminadas, obras sensatas, actividades para las familias, atención al ciudadano... ¿Acaso no era esto la política?