La fisio que no tiene pacientes, sino hijos adoptivos

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

RAMON LEIRO

Trabaja con niños con discapacidades. Sus manos son su herramienta. Pero lo que más usa es el corazón

28 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Da igual el día. Da igual la hora. Da igual el momento en el que se la pille. Cuando uno se sienta frente a frente con María Bernárdez, de Marín y fisioterapeuta, no puede dejar de preguntarse: ¿esta mujer de sonrisa abierta y trato amable no tiene días malos, siempre es capaz de ver la vida con tanto entusiasmo y energía? Ella responde enseguida a la pregunta: «No te creas. A veces sí. Pero la verdad es que estoy muy contenta con la vida o más bien muy agradecida, somos muy afortunados muchas veces sin darnos cuenta. A mí antes igual me pasaba eso, que me parecía que cualquier cosa era importante, pero cada vez valoro más lo bueno que tengo». ¿Qué le pasó a ella para que su cabeza sea capaz de poner siempre blanco sobre negro, de ver el vaso ya no medio lleno, sino a rebosar? María trabaja en la asociación provincial de atención a personas con parálisis cerebral y patologías afines Amencer-Aspace desde hace 21 años. Se especializó en fisioterapia neurológica pediátrica y trabaja con niños con discapacidades. Se da cuenta cada día de muchas cosas. Está convencida de que todos tenemos capacidades y discapacidades, que todos podemos hacer grandes cosas; de que no hay que rendirse. Y de que, a menudo, no nos damos cuenta de que poder hablar o andar sin tener que haber luchado para conseguirlo es un triunfo que no valoramos.

María, de Marín, fue de las primeras generaciones de fisioterapeutas que salieron de la Universidade de A Coruña. Al terminar la carrera, trabajó como voluntaria en un geriátrico. Trabajó luego para el Sergas. Recorrió media Galicia de ambulatorio en ambulatorio. Estuvo en el ámbito privado. Y un día Amencer llegó a su vida para no marcharse más. Ahí descubrió que quería trabajar con niños. Sin dejar de formarse nunca, por sus manos y su corazón empezaron a pasar pacientes. Bueno, en realidad, ella nunca los llamó así: «Yo siempre los consideré como mis hijos adoptivos. Es mucha la cercanía que tienes con ellos, los sientes un poco como tus hijos también. Date cuenta de que además yo recibo a las familias en un momento muy delicado. Acaban de tener el hijo soñado y se encuentran con un viaje inesperado, con que no es lo que esperaban por una discapacidad. Entonces, toca descubrir que ese viaje alternativo por la vida también puede ser maravilloso, que puede haber también cosas buenas, que no todo va a ser horrible», dice. Su compañero vital, su marido, al que conoció un día de fiesta en la ría de Muros y del que ya no se separó, solía decirle que era positiva su implicación en el trabajo pero que aunque considerase que tenía muchos hijos adoptivos, se daría cuenta de que lo que siente una madre es mucho más cuando ella lo fuese.

Una visión distinta

Su marido estaba en lo cierto. María dice que nada la ha cambiado más que convertirse en madre en dos ocasiones. La cambió personalmente. Pero también en su trabajo. Lo cuenta, y la emoción se cuela en la entrevista: «Es que desde que fui madre, hace ya quince años, me di cuenta mucho más de mi papel en el trabajo. De lo que podía sentir otra madre cuando le hablaba de su hijo. Antes, digamos que venía a trabajar, y lo hacía con ilusión y dedicación, pero cuando me marchaba pues me marchaba... ahora entiendo mi trabajo, con el que estoy encantada, un poco como algo de 24 horas», dice. Quizás por eso María no puede dejar de mandar un mensaje de ánimo, aunque sea a deshora, a unos padres que tienen a un hijo a punto de operarse. O todavía se le pone un nudo en la garganta cuando vuelve con su mente a aquel día dolorosísimo del 2015 en el que falleció un niño del centro tremendamente especial para ella. Es ahí, cuando va a contar algo realmente triste, cuando uno se da cuenta de su positivismo, de cómo sabe sacar siempre blanco del negro: «Ese día uno de mis hijos se había roto varios dedos y además tenía asma. Llegamos del hospital ya por la noche y me avisaron de que había fallecido ese niño y su madre decía mi nombre. Quise ir y mi marido, sin el que no podría hacer nada de lo que hago porque es un apoyo vital, se vino conmigo. Sabía lo importante que era. ¿Sabes qué me encontré al llegar a casa? A mi hija despierta en cama y abrazando a su hermano, cuidándole en todo momento para que estuviese bien. ¿No es alto realmente maravilloso?».

María, que para la charla porque aparece una de sus niñas de Amencer y toca volver al trabajo, dice que sus manos son su principal herramienta. «Las manos son lo mejor que tenemos, hasta es algo milagroso todo lo que podemos hacer con ellas», afirma. Pero sería cuestión de preguntar a las familias a las que atiende. Seguro que creen que, como mínimo, trabaja tanto con las manos como con el corazón.