Una tabernera brava que cocina con ortigas

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

CAMPO LAMEIRO

Ramón Leiro

Marta Becerra tiene a los clientes a raya. Tanto que, por su 40 cumpleaños le pagaron unas vacaciones en Mallorca

29 abr 2017 . Actualizado a las 16:30 h.

En la taberna de Marta Becerra, conocida en Campo Lameiro por el apodo familiar de Carocha, hay una regla no escrita básica. La explica a media mañana un cliente y la confirma la propia Marta: «Se queres tomar café tranquilo, non veñas onda Marta Carocha, porque ela vaiche dar guerra sempre». Y así es. Marta es una mujer brava. Tan dura, que coge ortigas en una mano, sin guante ni mucho menos, y no la pican. O, si la pican, ella sigue como si nada con el ramillete en la mano. La excusa para hablar con ella, precisamente, son las ortigas. Porque resulta que a Marta, que regenta una tapería en una aldea de Campo Lameiro pegada a la carretera general, que solo abre los fines de semana porque ella se cansó de trabajar de sol a sol durante media vida, se le dio por cocinar con ortigas. Las prepara en tortilla. Y el plato ha cogido fama. «Veñen a propósito de Caldas, de Cuntis, de Pontevedra e de Tenorio probalas. A ver se me empezan a vir tamén os estranxeiros. Eu estou disposta a atendelos», cuenta. La tortilla con la planta silvestre, francamente, está buena. Aunque uno diría que lo está más por los huevos y patatas de casa que por el componente verde. Pero Marta insiste en que la ortiga es imprescindible. Que hasta resulta afrodisíaca. ¿Cómo se le ocurrió el plato? Pues como siempre le han pasado a ella las cosas en la vida: por su afán de «non caer na rutina e facer sempre, sempre o mesmo».

Marta, de ojos verdes y mechón en el pelo a juego, iba para peluquera. Y, de hecho, empezó a ejercer esa profesión cuando solo tenía 15 años. Le gustaba. Pero se cansó pronto. «Eu teño iso, que me canso das cousas e cambio, son persoa de acción», dice. Así que a los 19 años le dijo a sus padres que cambiaba la aldea de Campo Lameiro en la que había nacido por Andorra. Y allá se fue, a buscar porvenir. Trabajó de nuevo en peluquería y hostelería, hasta que en el 2004 se cansó de nuevo y regresó a Galicia. Cuando vino, pensó que tenía que montar algún negocio en su tierra. Y cogió un bar en la aldea de Fragas. Antes trabajaba desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche porque el negocio, aunque no le faltaba clientela, tampoco daba para contratar a nadie. Se fue ganando la confianza del respetable. Es más, los tiene a raya. Se ríe mientras, desde detrás dela barra y ante la mirada cómplice de dos clientes, recuerda una anécdota: «Teño que contar o que pasou hai dous anos, porque foi tremendo. Eu cumpría 40 anos e vin no xornal un anuncio dunha viaxe a Mallorca. Botei contas e parecíanme moitos gastos. Así que collín e fixen unha colecta entre os clientes. Puxeron cada un dez euros... ¡e pagáronme unha semana en Mallorca!», dice sonriendo. En ese momento, uno de los clientes, que está a la altura de Marta en retranca, murmulla: «Tiñamos que terche dado vinte euros cada un e que quedaras alá». Ella sonríe. Y lanza una pulla más elevada de tono. Luego, añade: «¿Ves como é certo que neste bar sempre andamos en guerra? Pero de broma, eh».

A Marta le gusta el monte. Le gusta adoptar perros que aparecen en su puerta y ya no se marchan más. Y le gustan las hierbas silvestres. Además de haberse puesto manos a la obra con la tortilla de ortigas, está organizando un curso de hierbas para enseñar a los vecinos de Fragas cuáles son las que se pueden comer y en qué platos van mejor. Se le pregunta si el curso lo da ella y, con su socarronería, espeta: «¿Eu? Home, se queres que morra Medio Campo Lameiro pois douno eu... Eu estou empezando aínda. Traemos a un experto de verdade, e eu farei as degustacións na miña cociña».

«Isto está moi mortiño»

Ese curso entra dentro de los granitos de arena que esta tabernera está dispuesta a poner para dinamizar Campo Lameiro. «Isto está moi mortiño, haberá que facer algo. E xa que non vou aportar nenos, porque eu fillos non quero ter, aportarei outras cousas». Será por eso que se apunta a un bombardeo. Por ejemplo, ahora colabora con una agencia de turismo que lleva a visitantes a presenciar distintos oficios tradicionales, como el de la apicultura. Ella se encarga de que, una vez hecha la ruta turística, se vayan a casa con un buen sabor de boca tras probar un pincho de su tortilla de ortigas o una tapa de caracoles con almejas, otra variedad en la que se está especializando.

Ella, que huye de la rutina como del fuego, hace unos días que no deja de darle vueltas a un asunto: «Viñeron uns clientes de fora e dixéronme que querían probar cousas raras. Deilles a miña tortilla, os caracois... e despois non tiña máis cousas así atípicas. E amoloume ter que dicirlles que, despois deses dous pratos, o máis raro que hai na taberna son eu, que de rara teño bastante. Así que teño que poñerme as pilas e no verán ofrecer ensaladas con herbiñas», dice antes de soltar una carcajada. Luego, se va al mostrador. Y vuelve a dar guerra detrás de la barra. Hasta que se canse. Y se marche a otra parte con su lengua afilada y su mirada de buena gente. No será la primera vez que lo haga. Carocha es mucha Carocha.