El lugar condenado por todas partes donde, pese a todo, «se vive en la gloria»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

MARÍN

La reforma de las calles lleva un tiempo a medio hacer en este rincón del mapa que la autovía a Marín dejó encorsetado

22 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

O Cabo, en la parroquia de Lourizán, tiene todas las papeletas para ser un sitio realmente horrible. Aunque el mar lo acaricia, en nombre del progreso, quedó encorsetado por la autovía a Marín, tiene la depuradora a tiro de piedra, el tren pasa cerca con su consiguiente traqueteo y, encima, el ruido que había ayer a media mañana en el lugar a cuenta de trabajos en el puerto y el paso continuo de automóviles por la vía que va a Marín -bastante habitual, según el vecindario- era bastante ensordecedor. Sin embargo, O Cabo, todo un superviviente, tiene un especial encanto. Se nota en una simple visita y lo cuentan algunos de los alrededor de 40 vecinos que viven ahí. «Aquí se vive en la gloria», dice una mujer de pelo canoso y moño que, aunque despotrica de cómo se fue deteriorando el sitio en el que nació, no lo cambia por ningún otro. «O Cabo está jodido e mal pagho», responde Carmen, otra vecina entrada en años. Pero, luego, confiesa: «Pero eu quero morrer aquí».

Empezamos por las calles; por esas callejuelas peatonales que conforman este lugar y que son tan irregulares como pintorescas. Ahora mismo están hechas un auténtico infierno. Y es que se empezó a hacer una obra de remodelación del firme, pero los trabajos, según cuentan distintos residentes, llevan unos meses parados. Confían ellos en que se retomen en breve, y que impliquen también el soterramiento de los cables eléctricos o la retirada de postes que, en algún punto, impiden que pueda pasar una ambulancia o un camión de bomberos.

En la parte de O Cabo pegada al mar -por una cara limita con el colegio Sagrado Corazón de Placeres-, hay unas barandillas de madera y un pequeño jardín en verde. Su estética no es fea. Pero al vecindario no le gusta demasiado. «Es un peligro esa barandilla, se puede caer un niño», masculla una vecina. Esta misma mujer cuenta que las hortensias que lucen ahí no las plantó «ningún político ni ningún técnico», que fue ella misma las que las puso ahí.

En Cabo, peinan canas en casi todas las casas. En una viven Carmen y Aníbal, ambos octogenarios. Ellos recuerdan bien cómo era antes este lugar: «Isto era o paraíso, cruzábamos andando para ir mercar a Os Praceres. Cando non se fixera a autovía isto érache praia... que tempos aqueles», dice desde una casa donde a media mañana ya huele al arroz con chocos que hay para el mediodía. Se acuerdan ellos de cuando Franco «veu pasear por la autovía», de cuando se montó la depuradora, de cómo O Cabo fue acabando encorsetado... y dicen: «Ben duro é este sitio».