«Mi padre y mi cuñado no se pudieron salvar de un naufragio»

Alfredo López Penide
López Penide POIO / LA VOZ

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José Alvariñas, seis años después de la tragedia, se desquitó colaborando en un rescate en Fisterra

30 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El tono de su voz le cambia al recordarlo, al tiempo que el vello de los brazos se le pone de punta y en sus ojos, brillantes, unas lágrimas parecen pugnar por salir sin, finalmente, conseguirlo. A finales de los setenta, con 15 años, José Alvariñas Martínez estaba enrolado en un pesquero por la costa de Fisterra cuando tuvieron noticias del hundimiento de un buque. «Fue una sensación... Tiemblo al recordarlo... Pudimos salvar a la gente cuando mi padre y mi cuñado no se pudieron salvar de un naufragio. Es lo que se te viene a la cabeza entonces».

Y es que seis años atrás, en 1971, el padre de este vecino de Samieira (Poio) se había echado al mar acompañado de su hermano Manolo y su cuñado José, O Grilo, cuando le salió al paso la parca. Era la una de la madrugada, habían largado los aparejos en Punta Udra y un pesquero de grandes dimensiones en el que iba una pareja, «sin darse cuenta, los arrasó. Se hundieron».

Solo sobrevivió su hermano, quien nadando «se alejó del hundimiento y lo rescataron unos vecinos de Combarro en un barco de pesca», rememora en O Lar de Alvariñas, negocio que compagina con su trabajo en una empresa internacional.

Posteriormente, se celebró un juicio y «al patrón le salió cárcel por el despiste», apunta José Alvariñas sin ningún asomo de rencor en su tono. A fin de cuentas, como matiza, «le perdonamos. Somos todos de mar, todos podemos tener errores. No creo que lo hiciese a propósito».

Con quien sí tenía una deuda pendiente era con el mar y se desquitó, si es que se puede decir así, en Fisterra. «Fui el que más se arriesgó en aquel rescate amarrado con un cabo por el costado y echando la mano a la gente. Hacía muy mal tiempo y me llamaban loco, pero salvamos a todos. Y todo por mi pasado, como si fuera una deuda... Mi padre no se pudo salvar y ahí esa gente se salvó toda»

A sus 56 años, este miércoles volvió a revivir aquellas sensaciones. Y, de hecho, nada más enterarse del hundimiento del Nuevo Marcos no lo dudó. Avisó a su empresa y, como hace cuatro décadas, salió a la ría a bordo de una embarcación para echar una mano en lo que pudiese. Lo dice con naturalidad, aseverando que no hay nada raro en ello, que es lo que haría cualquier marinero.

Y es que, a la pregunta si después de la muerte de su padre y su cuñado no se lo pensó dos veces antes de enrolarse, responde con contundencia. «No lo dudé, en absoluto. Con 9 años había ido con ellos en el barco más de una vez y sabía mucho del mar. Éramos expertos con esa edad».

Sus palabras dejan ver que el mar es algo más que genética, es algo que ha impregnado su sangre y la de sus vecinos generación tras generación, pero también es el aire que respiran. «Somos de un pueblo marinero, pesquero y ves a tu padre, ves a tu abuelo, ves a todo el mundo y te gusta. Yo salí a pescar fanecas por la ría desde muy pequeño» para, ya con 14 años, empezar en el cerco. Y desde entonces hasta que, «por cuestiones laborales», cambió los barcos por un trabajo en tierra firme.

«El mar no perdona»

Padre de tres hijas, sostiene que no solo no les intentaría hacer cambiar de opinión si decidiesen seguir sus pasos, sino que «las animaría. Sin duda, pero no va a ser el caso. Están las tres estudiadas. Una es abogada, otra está terminando música y la tercera quiere ser profesora». No obstante, incide en que, pese a ello, también les ha picado el gusanillo: «Les gusta ir a pescar. Tengo un barco recreativo y les gusta venir conmigo».

Echando la vista al pasado, más o menos, reciente José Alvariñas se muestra convencido de que la seguridad en el mar ha mejorado sustancialmente desde entonces. «La prueba está en que en aquella época la gente no sabía nadar. Mi padre no sabía, José no sabía, pero mi hermano sí. Anduve mucho a la mar y no era obligatorio. Ahora, sí. Otra cosa es que cumplamos las medidas de seguridad que nos dicen. Creo que muchos accidentes es porque no se cumplen. Seguridad, la hay, pero los seres humanos somos algo imprudentes».

Tiene claro que, al igual que ocurre en la carretera, los despistes se pagan caro, si bien matiza que «en el mar se paga más. En la carretera te quedas en el asfalto y en el mar no perdona. Si sabes nadar o no hace frío puedes tener suerte. El mar no perdona, te traga».