Del circo de la paz a vivir en paz y amor en Galicia

María Hermida
MARÍA HERMIDA PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTE CALDELAS

RAMÓN LEIRO

Es una trotamundos que encontró su sitio en Ponte Caldelas. Da clases de un arte especial; arteterapia

07 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

De Kira Maschanka, aunque hace veinte años que no vive en el país en el que nació, es fácil adivinar su procedencia alemana. No la delata tanto su acento, que bien podría pasar por francés. Pero sí el orden germano que lleva dentro. Tiene un minutaje de su día importante. Quedar con ella implica esperar a que reflexione sobre qué ocupaciones tiene por delante a lo largo de varias jornadas, que busque un hueco y que se asegure, tras hacer cálculos mentales, que no va a andar con prisas para la cita. Eso, al principio, casi parece levantar un muro entre entrevistador y entrevistado... pero, una vez que se establece la conexión, la cosa cambia por completo. Uno entiende el por qué de tener sus tiempos tan controlados. Cuando se dedica a algo, lo hace a conciencia. O, como ella dice, «disfrutando al máximo» de lo que está haciendo. Y para ello, efectivamente, las prisas no son buenas.

Kira, Kira sin prisas y con una voz que imprime calma en cada palabra, empieza contando cómo llegó a Galicia. Vino de viaje con 28 años. Recorrió Portugal, Galicia y el Bierzo. El flechazo que tuvo entonces con «los ríos limpios, las costas sin grandes edificios y la poca industria» que vio aquí acabó convirtiéndose en historia de amor eterna. «Era todo tan virgen y tan bonito, era como un tesoro natural. Me quedé impresionada con todo lo que me encontré aquí», indica. Tanto, que decidió quedarse. Ella y quien luego se convirtió en su pareja, que es de origen suizo-francés. Se acabaron asentando en Ponte Caldelas, en la aldea de Forzáns, donde siguen casi veinte años después. Es ahí donde nacieron sus hijos y donde llevan una vida «en conexión con la naturaleza, disfrutando del huerto y con mucha paz».

Esa vida tranquila de Kira de la que habla daría para muchas crónicas. Porque a casi todo lo que hace se le podría poner el adjetivo de creativo. Pero, antes de llegar a Ponte Caldelas, Kira fue una trotamundos. Así que uno no puede dejar de preguntarle qué fue lo que hizo y lo que vio desde que era una adolescente. Habla de un viaje continuo a lo largo de tres años. De estancias en la India en las que aprendió a hacer instrumentos de barro. Y de su participación en uno de esos proyectos que jamás deberían morir. Formó parte de un circo por la paz; una iniciativa en la que había artistas de catorce nacionalidades con la que bailó e hizo reír a niños y mayores en Palestina, Yugoslavia, Japón, Tailandia o La India. Cuenta lo que es actuar para niños que lo han perdido todo, incluso a sus padres. «Ahí es cuando te das cuenta de que no hay nada tan universal y que llegue tanto a todo el mundo como el arte, es la lengua que todos entendemos. Las fronteras se caen con el arte», indica. Tiene un sinfín de anécdotas. Recuerda una entre carcajadas: «La situación fue difícil, pero con el tiempo se ha tornado en cómica. Resulta que con nosotros iba una chica italiana que se vestía de paloma de la paz, con un traje blanco y alas de paloma, claro. Un día íbamos a Palestina a actuar, en distintos coches, y de repente a ella la perdimos. ¡Habíamos perdido a una paloma! Y resulta que la pararon los soldados israelíes... y no fue nada fácil volver a encontrarla y explicar cómo era posible que anduviese por ahí vestida de paloma».

Instrumentos de barro

Fue al regreso de ese largo viaje cuando encontró en Galicia su sitio en el mundo, su paz particular. Aquí, al principio, comenzó ganándose la vida de la misma forma que había sobrevivido por el mundo: vendiendo instrumentos de barro que ella misma confecciona. A la par, da clases de yoga o es, junto con su marido, restauradora de antigüedades. Pero hay una faceta suya bien especial. Resulta que es profesora de arteterapia. Sí, arteterapia. Cuenta ella que se trata de que el arte nos ayude a sacar cosas de dentro. Da igual que sea pintando, moldeando barro o creando arte en medio de la naturaleza. Lo importante, señala Kira, es «que descubramos al artista que todos llevamos dentro para tratar de sentirnos mejor, de sacar cosas de nuestro interior. Hay cosas que muchas veces no contamos, dado que el lenguaje lo controlamos, que en cambio salen a relucir con el arte, que es algo mucho más inconsciente, mucho más natural». Señala Kira que aquí la arteterapia no está demasiado extendida pero que en otros países europeos se aplica en los hospitales, con cargo al erario público y con resultados provechosos para los pacientes.

La semana pasada, Kira ofreció sus clases en la casa azul pontevedresa. Va allí donde encuentra alumnos. Le gusta especialmente cuando puede fundir el arte con la naturaleza, y crear «con objetos sacados del bosque». No lo tiene demasiado difícil viviendo en Forzáns, rodeada de verde. Señala que ella y su familia -tiene dos hijos adolescentes- llevan una vida apegada a la tierra. No tienen animales, pero sí un huerto que les da de comer o. «La verdad es que somos vegetarianos, pero a veces no nos podemos resistir a la maravilla de pescado que hay en Galicia... ese es un esfuerzo demasiado grande, a veces imposible de hacer», señala con sonrisa. Luego, aunque asegura que está encantada con su sitio en el mundo, cuando se le pregunta por el futuro, deja a un lado su cuadrícula del tiempo alemana y remacha: «No lo sé. Hay que vivir el ahora, ser consciente del presente, nada más».

Sus orígenes. Es del sur de Alemania. Y vino a Galicia con 28 años de viaje. Se quedó, maravillada por «un paisaje tan virgen».

Su pasado. Actuó con un circo por la paz en países en guerra o en Palestina.

Su presente. Vive en Forzáns y da clases de arteterapia.