«Lo más importante en esto es la empatía con el paciente»

Cristina Barral Diéguez
cristina barral PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTE CALDELAS

C.B.

Cuatro horas con el equipo de HADO para ver cómo son las consultas domiciliarias

04 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La enfermera Maite Freire conduce uno de los cuatro coches y a su lado va José Varela. Son las 9.30 horas. Salen de Montecelo, y el jefe explica que los jueves se reúnen en la sala de paliativos del Provincial con su personal para intercambiar información. «No siempre se va a paliativos a morir», aclaran. Maite hace hincapié en que el vínculo que se crea con el paciente y su familia se mantiene en el tiempo. «Acompañamos en el duelo, vamos a recoger material y llegado el momento, al tanatorio», apunta.

Una cafetería próxima al Provincial es el punto de parada obligatoria para un café conjunto del equipo. Unos minutos después cada coche empezará su ruta. El que conduce ahora es el doctor Alberto Fernández, al que acompañan la enfermera Loli González y la residente Rocío, que estará un mes en el servicio dispuesta a empaparse de conocimientos, pero también de esa humanidad que desprende todo el grupo.

Josefa, de 76 años y operada de cadera hace 23 días, es la primera paciente que se visita. Su piso de Joaquín Costa es muy reducido. Ella le llama «chiringuito». Vive con un hijo y un perro. Es todo amabilidad. Loli le hace la cura en una úlcera crónica en una pierna. «Non temos coche, teño unha pensión e ir e vir ao hospital son 13 euros, así que é unha comodidade e unha compañía que veñan», comenta. Le cogen un cultivo y se despiden.

Las puertas del ascensor no se abren. Alberto las mueve a mano y todo se queda en un susto. La siguiente parada es en Campolongo. Allí espera Manolo, con síndrome de Werner o progeria, consistente en un envejecimiento prematuro. Lo cuenta desde su cama. «Es una enfermedad muy rara, no la conoce nadie, la descubrió un médico alemán, pero no descubrió el tratamiento», subraya. Manolo, ciego y con las dos piernas amputadas, se somete a curas en los codos. Le cuenta a Loli que cambió la cerveza por un vinito, mientras Alberto le dice que le dará un antihistamínico.

«Es una tranquilidad»

De vuelta al coche, el destino es Arcade. Áurea, de 61 años, está de buen humor porque hoy respira mejor y no necesita oxígeno. Le toman la tensión y ven qué tal satura. Es un caso de paliativos y síndrome de Cushing. Áurea, a la que atiende una hija, asegura desde su silla de ruedas que está «encantada». «Es una tranquilidad que vengan, para mí y para mi familia». Alberto les dice que hablará con la oncóloga.

En el rural de Soutomaior espera Aurea. De camino, el médico aclara que llegado el momento se les pone una vía subcutánea para la morfina, que no es sedar: «Tenemos entre 85 y 90 muertes en domicilios, y solo cuatro o cinco con sedación terminal. De todas formas, no se debe asociar HADO a muerte, porque hacemos más cosas».

Carmen, también paciente de paliativos, recibe en la puerta de casa. Le controlan las constantes y le preguntan si le gusta el batido. «Tiene que gustarme», contesta. Loli le comenta a su cuidadora que le va a dejar parches y proteínas. Carmen se emociona al recordar a un hijo, y con ella, todos. El último domicilio es el de Lidia en Xustáns (Ponte Caldelas). Una mujer de 30 años con un lupus grave. En su caso es importante evitar los ingresos hospitalarios por las infecciones. Loli le hace una cura, mientras ella cuenta cómo va su futura casa.

Toca volver a Montecelo, y Loli da en la clave: «Lo más importante en esto es la empatía, el vínculo con el paciente y la familia».