La llama pontevedresa de 1992

C. Pereiro

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMON LEIRO

La Voz reúne a ocho atletas que portaron y custodiaron el fuego olímpico en su camino a Barcelona

06 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El Olimpo estuvo en España y lo cambió todo. Las puertas del atletismo de élite se abrieron y Barcelona fue, hace 24 años, cuna de un evento histórico que mostró un país unido y prestado al deporte. La llama olímpica recorrió miles de kilómetros hacia la ciudad condal. Más de 9.000 deportistas lo hicieron posible. Algunos fueron gallegos, algunos fueron pontevedreses, y varios, se juntaron ayer, de nuevo, para revivir aquella experiencia que fue portar, durante unos cientos de metros, el símbolo por antonomasia de las Olimpiadas.

«Se hizo a través de un proceso de selección. No era necesario estar federado, pero digamos que había que presentar una solicitud formal para poder llevarla, claro», explica José Luís Vidal, antiguo presidente de la Gimnástica. Él fue uno de los portadores que viajaron desde Pontevedra a Ourense, a tierras de Manzaneda, para poder sentir en su mano la llama más famosa de la historia. Ha traído un libro con fotos y documentación de aquel año. Lo muestra orgulloso pero humilde, y explica con calma cada imagen. Se bromea con el paso de los años, casi un cuarto de siglo. Todos corrían más. En una foto, aparecen seis miembros del club pontevedrés. Una mitad emprendió ya un viaje sin billete de vuelta, la otra mitad está de nuevo reunida. Son Manuel Rosales, Benito Guimeráns y el propio José Luis. El primero es un símbolo intachable del atletismo pontevedrés, leyenda viva del maratón; el segundo, recién jubilado, ha dado clases de yudo en la Escuela Naval de Marín durante cuarenta años.

De esa mitad ya desaparecida, forma parte Méndez. Su hijo, Gonzalo, ha venido en su representación. Por supuesto, ayudó y estuvo presente el día que su progenitor cargó con la antorcha encendida. «Fue algo bonito. Para el recuerdo, sin duda», confiesa.

Manoli Rosales también acompañó a su padre aquel día. Quizás ella tomara la foto. Y corrió, portó la antorcha a sus 26 años de entonces. También se trajo la suya propia, cual prueba incontestable de que así ocurrió. Los portadores eran obsequiados con ella y, por supuesto, todos la guardan. Quizás el trofeo más emotivo que poseen. Además, se les daba una equipación completa para completar su tramo correspondiente. Consistía en una camiseta, pantalón, calcetines, cinta para la cabeza y tenis blancos. «La camiseta la conservé hasta hace poco, pero al final la hice trapos», ríe Vidal.

«El momento más ilusionante de mi vida deportiva», afirma Luís Pereiro. Él la llevo por tierras lucenses, al inscribirse desde Palas de Rei, su hogar natal. Profesor en Pontevedra, recuerda encenderla después incluso de llevársela a casa -en teoría antes de ser devuelta al corredor se le vaciaba el gas que contenía-. «Ao ser un recorrido longo había xente que corría nunha parte de Galicia un día, e outra nun día diferente. Os amigos non me crían que a levara en Lugo así que tiven que ir a casa por ela e prendela onde estabamos para demostrar que así fora», relata Luís entre las risas de todos.

Sin duda, la palabra ilusión, es la más usada por todos los presentes para describir la sensación que los poseyó en aquel momento. Ramón Touza, actual presidente de la Gimnástica, tiene su antorcha guardada en un pedestal en casa. Él sí corrió en la ciudad del Lérez, es el único de los presentes que lo hizo. En aquel momento, aún ni formaba parte del club pontevedrés. «Es algo que uno recuerda siempre, sobre todo, si te gusta el atletismo, claro. Es una oportunidad que ocurre solamente una vez en la vida», señala Ramón. «Fue algo raro porque primero te recogían en bus, luego ibas lejísimo, y después empezaban a soltarte uno por uno en cada punto que tocaba. Era como un autobús escoba, te equipaban, bajabas, corrías, bajaba otro, y volvías a subir». Peina los 74 años actualmente pero entonces, con sus 50 años, poseía unas marcas de vértigo: 2 horas 35 minutos en maratón y 1 hora 13 minutos en media maratón. Casi nada. Ese mismo año, Manuel Rosales y él viajaron a Madrid para competir en la histórica maratón de la capital española.

José E. Serrano llega con el uniforme reglamentario de Guardia Civil. Se ha escapado un momento para poder asistir a esta singular reunión. Él no llevó antorcha alguna, pero la custodió voluntariamente. Formó parte de la comitiva especial de tráfico, y con su moto, junto a otro compañero, vigiló que la llama llegara a buen puerto siempre, desde Cesures hasta O Porriño. «Un recuerdo muy bonito. Era y soy corredor, y ya que no podía llevarla, supuso algo muy especial. Tenía 32 años», narra. «Las Olimpiadas lo cambiaron todo a nivel de organización. Se mostró al mundo una de las mejores coordinaciones hasta la fecha». Dos guardianes a ambos lados de la llama, ahora en Río se ve a un ejército.

¿Recuerdan la flecha encendiendo el pebetero de Barcelona? Su llama iluminó antes el rostro de estos 8 pontevedreses, y mostraba unas sonrisas sinceras. Un recuerdo único, el mejor.