Las ruinas que guardan la memoria del Monte Porreiro esplendoroso

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMON LEIRO

Los restos del viejo balneario, del sueño en piedra de Casimiro Gómez, aunque muy deteriorados, aún mantienen el encanto

22 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La senda del Lérez, la que permite ir desde Pontevedra a Bora por las dos márgenes del río, esconde grandes historias. Una de ellas, aunque ruinosa, se evidencia en Monte Porreiro. Allí, a orillas del cauce, está el sueño en piedra de todo un visionario, de Casimiro Gómez. Él fue quien montó ahí, en 1906, un balneario que se convirtió en un oficioso Parlamento de verano para políticos de la época como Montero Ríos o Riestra. Ahí se debían cocer los grandes asuntos de la política de antaño. Dice el historiador Xosé Manuel Pereira, que escribió un libro sobre este edificio, que en aquel momento «en Galicia, donde el termalismo había cogido un auge enorme, había un triángulo de visita imprescindible: Mondariz, Monte Porreiro y La Toja». Tales eran los encantos del lugar que hasta un sultán de Marruecos, Muley Haffid, o la infanta Isabel de Borbón se dejaron ver por los salones de Lérez. ¿Qué queda de todo eso? Poco. Casi nada. Quedan unos restos de piedra. Pero lo más triste quizás sea el desconocimiento sobre el lugar. Ayer, preguntando a varias personas que transitaban por el paseo del Lérez, usuarios habituales del entorno, nadie sabía que allí había habido un balneario. Solo una mujer entrada en años afirmaba: «Creo que unha cousa toda rota que hai alí adiante».

La mujer no iba desencaminada. El templete que se conserva de los tres edificios que en su día hubo está, realmente, bastante deteriorado. Le faltan las puertas, las paredes están desconchadas y el suelo lleno de basura y lodo. Los viejos azulejos de la fuente resisten a duras penas y tapados por una especie de irreverente intervención artística... Aún así, pese al abandono, el lugar guarda cierto encanto, sobre todo, cuando el sol baila sobre él y uno observa el inmueble desde lo alto del puente cercano que sobrevuela el río Lérez. Ayer, si uno se fijaba bien, parecía incluso que el sitio se resistiese a perder su sitio en la historia por mucho que casi nadie se acuerde de él. Una anécdota: en la fachada, aunque un poco borroso, se lee 1906, que fue el año de su inauguración. Pues por si acaso a alguien no le quedaba clara la solera del espacio, justo delante de la fachada había tirada una lata de cerveza... ¡de 1906!

«No se puede pedir más»

El entorno del balneario sí está acondicionado. No faltan bancos ni mesas de madera, aunque hay alguna zona donde le vendría bien una revisión a la valla que protege de las caídas al río y algún punto donde los temporales dejaron pasarelas estropeadas o ramas de árboles cortando el paso. Si se pregunta a quienes recorren la senda, bien por el lado en el que el camino es de tierra bien por la margen por la que se pisa cemento, lo tienen claro: «Venimos todos los días de Pontevedra, y es maravillo. Nosotros vamos hasta Bora y volvemos», señalaba un cuarteto de hombres de mediana edad. «No se puede pedir más, está genial», añade una joven que pasea una perra.