El activista que es feliz pisando aldeas perdidas

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

CAPOTILLO

Busca cascadas y parajes ignotos, charla con mayores de lugares recónditos y luego lo cuenta en blogs

30 mar 2017 . Actualizado a las 08:59 h.

La entrevista podría titularse desmontando a Eladio Torres. No porque se trate de sacarle los colores con respecto a su trayectoria, ni mucho menos. Sino porque la intención es viajar con la conversación por sus facetas más desconocidas. Porque Eladio es un personaje público, sobre todo, por su condición de activista en la Plataforma de Os Praceres, la que luchó contra la colocación de los pasos a nivel en medio de esa localidad pontevedresa y los rellenos del puerto de Marín en Estribela. O también por sus pinitos políticos, ya que intentó sin éxito convertirse en concejal de Pontevedra. Pero resulta que hay una parte de su vida en la que Eladio pierde hasta su nombre y se convierte en Xoán Arco da Vella, que es su apodo en las redes sociales. En distintos blogs, páginas de Facebook y demás vacía todo lo que aprende a pie de aldea. Lleva desde los años ochenta pateando Galicia en busca de autenticidad. Dice que tiene «galidependencia». Y, al menos una vez a la semana, se pone la mochila y busca cascadas ignotas, recorre islas poco visitadas, charla con paisanos de lugares recónditos, graba con su cámara danzas ancestrales o, simplemente, es un hombre feliz paseando por un camino hondo, de árboles altas y suelo mojado.

Él quiere empezar hablando de todo lo que descubre en el mapa gallego. Y es difícil apearle de su idea, porque tiene el don de la palabra. Habla, por ejemplo, de que empezó a recorrer Galicia en los años ochenta. Y que lo primero que se le metió entre ceja y ceja fue pisar todas las islas e islotes. Tiene grabados en la memoria los días que pasó en Noro. «Este illote é unha mole de granito e ten un montón de galerías, así que o mar ao petar nela fai moitísimo ruído. Estando alí entendín que na zona de Aguiño e Ribeira a lenda diga que aí vive a Santa Compaña», explica. Luego, poco a poco, Eladio, que cuando habla mueve mucho los brazos y la larga coleta que lleva sin cortar desde el año 2000, se deja preguntar sobre su pasado para entender cómo nació en él esa curiosidad por Galicia.

Hijo de Esperanza, «a Carracha»

Eladio nació donde vive y donde tiene previsto quedarse para siempre: en Outeiro, en Lourizán, que dice que es de Pontevedra y no de Marín por un «accidente político». Es hijo de Esperanza,a Carracha.

De pequeño se acuerda de «enredar moito na praia que entón chegaba onda a igrexa». Y de que en la escuela no había agua potable e iban a buscarla a un pozo al que casi alcanzaba la marea. También cuenta que su padre se murió cuando él era niño. Y, aunque lo explica con sonrisa, la voz se le entristece cuando recuerda que su madre, mariscadora, cotizó durante años y años con una ilusión: la jubilación.

«E deulle un infarto aos 59 anos e nunca cobrou nada», dice. La necesidad hizo que él se subiese a un barco con destino al Gran Sol con 16 años. Apunta que el mar no es fácil, que «o mar é inmenso», y que no entiende la paradoja del Gran Sol: «¿Como se lle pode chamar así a un sitio onde eu nunca vin asomar o sol?». Tardó cuatro años en volver a asentarse en tierra. A los veinte empezó a trabajar en Ence, a la que él le llama «a fábrica», y en la que sigue activo. A los 25 se casó con una mujer a la que define como «a mellor que podo ter ao meu lado» y a la que encontró en un baile en O Seixo. Tiene dos hijos de los que habla con entusiasmo y dice que, cuando se trata de cuestiones de dignidad, no puede mirar para otro lado.

«Cando me metín no da plataforma do tren fixen moitos inimigos. Moitos preguntábanse cales eran os meus intereses, porque dende a miña casa non vexo o tren. E non entendían que o que me movía era o atentado contra a dignidade», indica.

Luego, vuelve por los fueros de sus recorridos por Galicia. Sale una vez a la semana, muchas veces acompañado de estudiantes de Turismo u otras personas que le piden que les guíe. Se pierde por O Courel, por la sierra de O Suído o por aldeas en las que lo mismo descubre cómo se come el cocido dentro de una filloa que recibe una lección de sostenibilidad: «Encántame cando me contan o ciclo das cousas. Que a tradición é que se plantaran eucaliptos para pagar as comuñóns dos fillos, castaños para pagar as vodas e carballos para os enterros. O ciclo da vida tal cal».

La misma insistencia que mostró en su vida de activista la pone cuando sale de garbeo por el mapa gallego. Fue tres veces al río Quiroga para intentar dar con una cascada de la que solo topó una foto. E irá una cuarta. Quiere encontrarla, sobre todo desde que un paisano le dijo que, si se metía entre un túnel de maleza largo, la toparía. Se empapa del paisanaje en tabernas o en las casas que le van abriendo las puertas, aunque tenga que rechazar el vaso de vino que le ofrecen porque es abstemio. Dice que la Galicia inmaterial, la sabiduría que queda en las aldeas, es infinita. Y cuenta qué es lo primero que le preguntan cuando aparece por los caminos con la mochila: «O primeiro que pensan ao verme coa cámara é que son do catastro, unha vez que lles digo que non xa se tranquiliza todo o mundo. O de levar coleta xa non asusta nada... unha señoriña díxome un día que os que saían nos telediarios ían todos con traxe e roubaban moito». Con la década de los cincuenta casi agotada, se desestresa a partes iguales con sus excursiones y en un huerto en el que puede pasarse dos horas plantando ocho tomates y que abona con compost. Se queda pensativo al preguntarle si es feliz. Y acaba diciendo: «Pois si, ser feliz é moi barato».