Los niños que se abrieron al mundo

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

cedida

La unitaria de Carracedo tiene una ventana que da al Camino e invita al peregrino a pasar; la experiencia es única

25 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En la escuela unitaria de Carracedo, una parroquia rural de Caldas, el mundo entra todos los días por la puerta. Y no es una frase simbólica ni una metáfora. Es literal. Y todo se debe a dos cosas. Por una parte, este pequeño centro de educación infantil tiene una ventana privilegiada, que da al Camino de Santiago, así que por delante de ella pasan todos los días decenas de peregrinos. Hasta ahí, la suerte le vino dada a los niños, que por una cuestión de ubicación de su centro pueden ver pasar a personas de lugares muy distintos. Pero el resto se lo ganó la unitaria a pulso. Es mérito del profe Quinín Freire y sus niños. Todo empezó en el 2013. El maestro decidió que esa ventana tenía que ser «unha ventá ao mundo». Y la unitaria se abrió a los peregrinos. Se invita cada día a los caminantes a pasar hasta la cocina del aula y la experiencia está siendo única. Quinín y sus niños tienen tantas anécdotas que contar que para resumirlas ante Educación hizo falta un informe de más de ochenta páginas. Valga un dato como referencia: los niños reciben a los peregrinos, aprenden con ellos las más variopintas cosas, y luego les regalan unas conchas. Ellos, en agradecimiento, les mandan fotos con las vieiras desde sus países. En la escuela hay ya más de cien conchas de los sitios más dispares del mundo. Ninguna cultura es ya ajena a esta entrañable escuela.

Podrían darse datos numéricos de visitas, porque Quinín los tiene en la cabeza. Pero lo importante es otra cosa. Las anécdotas ponen los pelos de punta. Imagínense la escena: los niños dando clase tranquilamente, y aparece un grupo de mujeres de Oriente que les cuentan cómo es su vida. Otro día, la sesión se interrumpe para conocer a un grupo de jinetes con sus caballos. En otra ocasión, aparece un ingeniero americano y les narra cómo trabaja en la NASA. Quinín tiene una colección de lo que él llama «momentos mágicos». Y lo son. Hay uno que tiene como protagonistas a un grupo de caminantes portugueses. Los niños y el profesor les llamaban desde la ventana, como hacen con los demás, y no respondían. Todos se quedaron extrañados. Hasta que los lusos les explicaron, por escrito, que hacían el Camino con un voto de silencio. Pasaron igualmente a un aula habitualmente ruidosa en la que ese día el silencio imperó. La situación fue tan entrañable que los peregrinos no llegaron a hablar, pero sí rompieron su silencio para cantar un fado.

Hay historias e historias. Los niños aprenden lengua de sordos. Escuchan a soldados hablar des misiones de paz. O saludan en decenas de idiomas. En conclusión: palpan todo lo que el mundo puede ofrecerles. Quinín, el profe, el año que viene deja la escuela. Y solo tiene un deseo: que jamás se cierre esa ventana.