Un soñador que no tiene tiempo de dejarse caer

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

emilio moldes

La enfermedad llamó a su puerta y le obligó a dejarla pasar; la combate con un vitalismo desbordante

01 jul 2017 . Actualizado a las 05:05 h.

Tuvo una empresa con la que se dedicó a poner hierba a numerosos campos de fútbol

Jesús Álvarez Seara, un pontevedrés tan soñador como polifacético -ahora que está jubilado reparte su tiempo entre el senderismo, la fotografía, la escritura y sobre todo los viajes- dice sin titubeos que él no tiene días malos: «La vida es muy corta como para perderla dejándote caer», manifiesta. Lo cuenta sentado alrededor de un café en el emblemático café Carabela pontevedrés. Y podría pensarse que habla así porque nunca tuvo motivos importantes que le hiciesen desfallecer. Pero eso no es exactamente así. De hecho, anteayer mismo acudió al hospital para una sesión de quimioterapia o, como él dice, «de líquido milagroso». El milagro, en realidad, es su vitalismo. Dice que lo lleva de serie desde pequeño. Y cuando repasa su trayectoria queda claro que no miente.

Hijo de un Guardia Civil, señala que nació por accidente en Cangas de Onís. «Podría haber sido en cualquier otro sitio porque vivimos en muchísimos lugares de toda España», indicó. Su familia, aunque trotamundos, acabó estableciéndose en Pontevedra. Jesús estudió en las Doroteas y, de hecho, fue ahí donde conoció a Esther, la mujer con la que luego se casó. Ella era enfermera y él se especializó en la jardinería. Primero trabajó de asalariado como técnico en el montaje de céspedes para campos de fútbol y luego creó su propia empresa. Cuenta que llegó a poner la hierba de 68 estadios de toda España y Portugal, entre ellos el de Balaídos. «Al Celta le puse yo tanto el césped del primer equipo como el del filial en A Madroa», recuerda. También formó parre de otros proyectos que se le quedaron grabados en la memoria: «Hicimos una cosa que me encantó. Fuimos los encargados de plantar numerosas especies a lo largo del Camino de Santiago Francés, desde O Cebreiro hasta Compostela, eso fue muy bonito». El trabajo le llenaba, dice, pero siempre que podía lo combinaba con viajes. Recorrió distintos países al lado de Esther. Hace unos años, ella enfermó. «Tuvo ELA, así que dejé de trabajar y me dediqué a cuidarla exclusivamente», indica.

Kilómetros y kilómetros

No fue, desde luego, un cuidador al uso. Con Esther en la silla de ruedas quiso hacer lo que siempre habían hecho: andar y disfrutar. Recorrían kilómetros a pie aunque ella tuviese que ir en la silla. Un escritor madrileño, conmovido con su historia de amor, les dedicó un poema. Aunque jamás se dejó vencer por cómo evolucionaba la enfermedad de ella, la forma que tenía Jesús de desahogarse era compartir lo que estaba viviendo a través de las redes sociales. Empezó así a tejer una red de personas solidarias dispuestas a animarle si las fuerzas le fallaban. «Conocí a través de Facebook a personas de todas partes», indica. Además de textos, colgaba numerosas fotografías, dado que es un apasionado de las cámaras. «Tengo trece y jamás salgo a la calle sin la cámara. Tengo unos dos millones de fotografías hechas, me encanta. Fotografío paisajes, expresiones de una persona, animales... le hago fotos a todo», señala él.

Cuando Esther murió, siguió apoyándose en las redes sociales. Si uno repasa su muro de Facebook puede comprobar que, cada entrada, es un canto a la vida, a la alegría, a la obligación de ser optimistas. Y eso que la muerte de su mujer coincidió en el tiempo con su propia enfermedad. «Ya entonces sabía que tenía cáncer y había empezado con las operaciones, ahora mismo llevo cuatro... y si viene la quinta, la pasaré también», señala. Sin morderse la lengua, en Internet fue volcando su evolución, sus idas y venidas al quirófano o la experiencia con la quimioterapia. Todo ello, edulcorado con humor y con su pasión enorme por la vida.

Un día, buceando en Internet, la vida le sonrió. Le llamaron la atención los apellidos de Pilar, una mujer que vivía en Valdemoro. «Me sonaron a muy pontevedreses, y miré a ver si la conocía», indicó. Iniciaron ahí una bonita amistad tras darse cuenta de que, efectivamente, en su juventud se habían conocido en Pontevedra. Viajaron juntos a distintos países como amigos. Hasta que, hace ahora un año, estando juntos en Nazaret, alguien le dijo a Jesús: «Se nota que esta mujer está loca por ti». Él no se lo pensó. Y desde entonces son pareja. Viven a medio camino entre Pontevedra y Valdemoro aunque, en realidad, son ciudadanos del mundo, porque no dejan de viajar. El lunes volarán hacia Nazaret, quieren celebrar su aniversario en el mismo sitio en el que empezó su historia. Jesús irá recién salido de la sesión de quimioterapia de esta semana. Pero no le da miedo: «No voy a dejar de hacer las cosas que me gustan. Un día me moriré, claro que sí, pero no tengo miedo. De momento, disfruto mucho».

Si se le pregunta por el futuro, Jesús, en la misma mesa de la cafetería, mira a Pilar y sentencia: «¿Cómo veo el futuro? Nos veo juntos y viejos.. Pero la única diferencia será que ahora somos capaces de llevar las maletas, luego alguien tendrá que hacerlo».

Camina a diario unos treinta kilómetros; lo hace incluso tras las sesiones de quimio