Los madrugadores de la biblioteca del campus de Pontevedra: «Aquí se estudia y se conoce gente, aunque muchos ya llegan siendo `besties´»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Opositores que hacen jornada intensa de estudio y universitarios pueblan la sala de estudio ubicada en la Facultade da Comunicación. ¿Se liga estudiando? «Hay quien no hace otra cosa», confirman desde allí

24 ene 2024 . Actualizado a las 10:56 h.

Llovió ya desde que los incombustibles Los Suaves sacaron aquella canción que decía eso de «ocho de la mañana, suena el despertador. Te levantas de cama, eso es lo peor». Desde 1982, que fue cuando dieron a conocer ese tema en el que un tipo intentaba salir de entre las sábanas a esa hora con su resaca a cuestas, han pasado más de cuarenta años. Y ha sido tiempo suficiente para que nos hagamos mucho más europeos y las ocho de la mañana sean ya una hora de actividad total, incluso en esa época universitaria donde tantas veces el día se enlaza con la noche. Buen ejemplo de ello es que un día cualquiera, con los exámenes de enero ya despidiéndose del calendario, el ambiente es animado en la biblioteca central del campus de Pontevedra cuando el reloj todavía no ha llegado a las nueve de la mañana. No se trata de la mítica Conchi de Santiago de Compostela, como popularmente se conoce a la biblioteca Concepción Arenal, pero hay casi media entrada en la sala. ¿Quién estudia tan temprano y por qué? Basta con consultar en algunas mesas para comprobar que con la cabeza entre apuntes de toda la vida y ordenadores (más de lo primero que de lo segundo) hay tantos opositores variopintos como universitarios que apuran los últimos exámenes de enero. No solo hincan codos desde primera hora, sino que están de excelente humor para contarlo y para reírse cuando se les pregunta si, como cuentan los universitarios de Santiago que ocurre en la Conchi, aquí también se liga mientras se le da al estudio. 

Antes de las nueve, por la puerta de la biblioteca entra Pablo Pérez. Tiene 20 años y aspira a convertirse en policía local. Así que cada día enfila sus pasos hasta la biblioteca del campus de Pontevedra para hacer una jornada de estudio de alrededor de cinco horas. Dice que estudia mejor en la biblioteca que en casa: «Me concentro más aquí y hago una parada para ir a la cafetería. Cuando hay muchos exámenes se llena y a veces no hay sitio, pero yo no suelo tener problema porque llego temprano». Por las tardes no estudia. Le toca preparar las pruebas físicas, que también tienen lo suyo: «Ahí suspende también mucha gente, así que también hay que ponerse con ellas», dice antes de despedirse. Como él, dos chicas opositoras también ocupan ya mesa en la biblioteca desde primera hora. Son Andrea Muñiz y Almudena Yela, de 27 años, ambas de Poio. Ambas, que ya eran amigas antes de coincidir estudiando, preparan oposiciones en el ámbito educativo, así que su horizonte está en los exámenes de junio. Señalan que ellas son la avanzadilla, que luego llegan más amigas para ir copando todos los asientos de la mesa. ¿Falta espacio? «Venimos temprano y no hay problema. A media mañana casi se llena siempre», indican. Las dos sueltan una carcajada cuando se les pregunta si la biblioteca da pie a conocer gente e incluso a ligar: «No sabemos, igual los universitarios sí ligan... con nosotras no. Igual somos mayores para ellos», señalan entre risas. Luego, vuelven con la mirada hacia los apuntes, que son en papel de toda la vida. 

Dos mesas más allá están tres chavales a que, al filo de las nueve, comienzan a abrir los apuntes. Ellos, Estrella (de Ourense), Paula (A Coruña) y Álvaro (Vigo) son universitarios. Concretamente, estudiantes del grado de Publicidad y Relaciones Públicas. Están en segundo y tienen este martes su último examen. Igual la procesión de nervios va por dentro pero, aparentemente, están tranquilos y sonrientes. Dicen que son habituales de la biblioteca porque resulta cómoda para estudiar. Y que en Pontevedra no hay ni los problemas tan graves para encontrar piso siendo estudiante ni tanta falta de espacio para estudiar como en otras ciudades con mayor número de universitarios. Sueltan una carcajada enorme al hablar de si se liga o no en la sala de estudio del campus. «¿Si se liga? Hay quien no hace otra cosa en todo el día», suelta Estrella mirando a sus compañeros de pupitre. Los otros dos se ríen. Cruzan los dedos con el examen que harán en pocas horas, el último ya de esta remesa. Y señalan que están contentos con el grado que eligieron, aunque no saben a qué les gustaría dedicarse al terminarlo: «A algo creativo, pero sin definir todavía», señalan al unísono. 

Ya pasa de las nueve cuando a la biblioteca se incorporan también otras tres universitarias. Se llaman Laura, Sara y Noa, tienen entre 20 y 18 años y estudian primero de Publicidad. Vienen en transporte público desde Vigo y acuden a la biblioteca en las horas previas a un examen. Ellas hablan de cómo acaban siendo amigos los jóvenes que comparten estudios, como es el caso de ellas tres. E indican: «Aquí se conoce gente, pero algunos ya llegan siendo besties». Intuyen ellas la cara de incredulidad de la entrevistadora y son piadosas: «Nos referimos a que muchos ya se hicieron amigos antes de pisar la facultad porque se hacen grupos de WhatsApp con la gente que va a estudiar cada grado... entonces ya se conocen. Nosotras no, nos conocimos al llegar y ahora somos amigas». Van cargadas con los apuntes y ansiosas por llegar a la mesa para repasar antes de enfrentarse al examen de una asignatura de comunicación. Dicen que la biblioteca es cómoda y que habitualmente no hay problemas de espacio: «A veces casi la ves llena, pero si buscas encuentras sitio». 

Si bien la biblioteca está en el primer piso de la facultad de Ciencias da Comunicación, en el bajo también hay alumnos estudiando. El enorme vestíbulo de la facultad se ha ido convirtiendo en una especie de sala de estudio improvisada. Allí, en una mesa están Adrián, Adara, Sonia, y Paula. Todos ellos de Vigo menos Lucía, que es de O Grove. Son universitarios y tienen examen este martes. Solo uno de ellos tiene los apuntes a la vista. El resto, de momento, permanece con las mochilas cerradas comentando la jugada con el resto y dándole el toque de gracia a un paquete de galletas de chocolate. Pero, ojo, que ellos advierten de que igualmente están repasando aunque no lo parezca: «Es que estudiamos hablando», indican al unísono. A veces usan la biblioteca, pero indican que en el vestíbulo también se estudia bien y, además, lo eligen como lugar favorito para conocer gente e incluso ligar. «¿Es mejor que Tinder? Pues igual sí. En la biblioteca hay que estar más callado, aquí es todo mejor», manifiestan entre risas.