Francisco Rebouzas se compró su primera moto acuática hace un año, y mañana competirá en el Campeonato de España con el equipo gallego
10 jun 2016 . Actualizado a las 05:05 h.Una década estuvo Francisco Rebouzas enamorándose de las motos de agua. Probó la primera, de un amigo, cuando tenía 22 años, y desde entonces procuraba subir a una, «por lo menos una vez cada verano». Entendió que sus familiares y amigos más cercanos lo llamaran loco cuando dijo que se iba a comprar una. Fue el verano pasado. Le dijeron que no era rentable, que sería algo muy caro que solo cogería los veranos, y ya se sabe que los de Galicia, cuando se empeña en no tenerlos, son bien cortos. Puede que fuera por eso por lo que al final se decantó por una de segunda mano de 6.000 euros. «Puedes conseguir una nueva buena a partir de 12.000», dice.
De momento le llega con la que tiene. Será con la que compita en el Campeonato de España que se celebra este fin de semana en Sanxenxo. Lo hará dentro del equipo gallego, formado por otras siete personas, todas del sur de la provincia -Vigo y Baiona-, menos él, que es casi del centro, Bueu, aunque vive en Vilariño Cangas. Siempre le tiró la náutica, en parte porque empezó en el sector ya en su primer trabajo. Cayó en una empresa que se dedicaba principalmente a embarcaciones deportivas, y se fue aficionando. Ahora, en su nuevo empleo, en un taller de automoción, ha decidido poner él en marcha el departamento dedicado a ella, de forma que puede compatibilizar los vehículos de tierra, la actividad principal del taller, con la acuática. Y funciona, despacio pero funciona.
Al principio ni se le pasó por la cabeza ponerse a competir pero, una vez con la moto en casa, se apuntó a la primera prueba que vio. Era un rali que partía de Vigo, llegaba a Sanxenxo, regresaba a Baiona y terminaba nuevamente en Vigo. Quedó segundo. No había imaginado que se le diese tan bien, así que siguió probando suerte hasta que esta primavera se vio metido en el equipo gallego.
Reconoce que le gusta más que la moto terrestre, entre otras cosas porque esta le da más respeto. Y por la sensación de libertad de la acuática. «Es totalmente diferente. En tierra tienes que estar muy pendiente de las normas, y en el mar también las hay, pero menos. Puedes girar casi en cualquier sitio en cualquier momento, y tienes mucha más superficie abierta por la que correr», explica. Tampoco se le escapan los peligros que entraña. En su último entrenamiento llegó desde Vigo hasta Sanxenxo en veinte minutos y es habitual que se haga el trayecto entre Vigo y las Illas Cíes en siete. Sale a más de cien kilómetros por hora, sobre todo cuando no le da por lanzarse directamente contra las olas. Todavía tiene la marca en el cuerpo de la última quemazón que se hizo. Y en la cabeza la de la vez que le pilló una ola más grande de lo normal que le hizo saltar por los aires y, en lugar de soltarse, se quedó agarrado a ella. Llevaba apenas unos meses con su nuevo «juguete». No le ocurrió nada grave, pero le sirvió para darse cuenta de lo expuesto que está a este tipo de riesgos.
Es consciente, además, de que lo son para todos: pilotos y bañistas, por eso entiende que hay que balizar las playas y que «el mar es muy grande y espacio para todos».
A pesar de lo que le dijeron cuando se iba a comprar la moto, la utiliza todos los meses del año, unas tres horas al día tres días a la semana. Excepto si hay temporal. Es la única razón que puede alejarlo de esa descarga de adrenalina que siente cada vez que se sube encima de sus 215 caballos.