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Ignacio Carballo González
Ignacio Carballo LA SEMANA POR DELANTE

SANTIAGO

07 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Por barato para el usuario -muy caro para el Concello-, incluso por calidad de servicio, el transporte público urbano de Santiago debiera ganar cien mil viajeros cada año en vez de perderlos. Más todavía a la vista de la carrera de obstáculos que, diseñada desde el Concello con la nítida vocación de expulsar a los coches del centro urbano, se ven obligados a afrontar cada día, y cada día con el listón más alto, los sufridos conductores de vehículos particulares, como si estos fuesen una especie a extinguir, incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos peatonales, ciclistas, sostenibles y no contaminantes. La implacable supresión de plazas de aparcamiento en superficie, los precios prohibitivos de los párkings públicos y la persecución recaudatoria de las sanciones poco justificadas desde el punto de vista de la seguridad vial -las fotorrojas y otras- forman parte de esta estrategia anticoches. Incluso podría deducirse que el temerario abandono de los viales, que convierte la circulación en un ejercicio de alto riesgo -esto sí es inseguridad vial institucionalizada e impune- forma parte del mismo objetivo. Pero no, ni con todos los factores favorables el bus gana adeptos. Es mejorable en frecuencias, puntualidad y cobertura de la periferia y de las áreas de aparcamiento del borde urbano. Necesita reformular líneas y mejorar la información en tiempo real a los usuarios, incluso estudiar su entrada en el casco histórico con buses de bolsillo. Con todo, Santiago no tiene un mal transporte público. Para expulsar definitivamente a los coches, la mejora del bus tiene que ser el capítulo central de la cuadratura de ese círculo que persigue el Pacto pola Mobilidade