Cuando el mal es la homofobia

Xurxo Melchor CRÓNICA

SANTIAGO

11 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No es aceptable que alguien vaya al súper a hacer la compra y acabe en el hospital tras haber sido golpeado. Físicamente por unos puños y moralmente por unos insultos que resultan intolerables en un país que es pionero en el reconocimiento de los derechos civiles de los homosexuales. Para sorpresa de algunos, en España hemos pasado en no tanto tiempo de encarcelar, torturar y pretender «curar» a gais y lesbianas a legislar el matrimonio entre personas del mismo sexo y, lo que supone un logro aún mayor, a que la sociedad en su conjunto normalice una situación que es del todo normal. Que las personas aman y se enamoran de personas, independientemente del sexo que tengan. Aún así, siempre habrá algún desnortado que, no nos equivoquemos, odiará todo lo que no sea tan mezquino como él mismo. Un día serán los negros, otros los chinos y otro los de tal partido político o cual equipo de fútbol. El caso es odiar. La homofobia, la xenofobia, el racismo y cualquier otro delito de odio están hoy severamente castigados en el Código Penal porque hemos entendido que los ciudadanos de bien no podemos convivir con energúmenos que odian, porque no hay nada más antidemocrático que el odio. Venga de donde venga y tome la forma que tome.

La homofobia es un mal y su última víctima en Santiago se llama Antonio Roldán. Debería ser la última. Imagino que su agresor alegará que no le pegó e insultó por ser homosexual, sino porque le reprendió que hubiesen dejado suelto a su perro en la puerta del supermercado Familia de Galeras. Antonio también iba con su perro y no quería dejarle allí atado en la puerta a merced del otro animal. Sospecho que su agresor alegará que le dijo «maricón de mierda, te voy a matar» o que al ver la sangre de su víctima en sus manos llegó a pronunciar barbaridades sobre la posibilidad de que le contagiase el sida porque aquello fue lo primero que se le pasó por la cabeza en un momento de ofuscación. Pero no. La realidad es que debemos ser inflexibles con estos comportamientos. Debemos aplicar la tolerancia cero con aquellos que agreden física o verbalmente a una persona por tener una u otra opción sexual o por pertenecer a cualquier otro colectivo. Esto no se puede dejar pasar. Esto no son cosas que pasan. Pensar así tan solo prolongará por más tiempo el sufrimiento de los que aún padecen a estos energúmenos y perpetuará la sensación de los homófobos de que pueden seguir comportándose así. Veremos qué recorrido tiene ahora este asunto en los juzgados y si se trata como una mera agresión fruto de una discusión o como un delito de odio, con toda la gravedad que hoy le concede la ley y la dureza con la que lo castiga.