La ciudad de gatos y patos

Emma Araújo A CONTRALUZ

SANTIAGO

24 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Recuerdo hace unos cuantos años cuando circulaba por una carretera y me encontré a un amigo ecologista recogiendo en plena noche con unas pinzas quirúrgicas los restos de una rana estampada sobre el asfalto. Este hombre, que sigue embarcado en batallas para salvar árboles y cigüeñas, y que en ambos casos lo ha conseguido, solicitó sin éxito y con la mofa de ayuntamientos y Xunta una señalización para alertar a los conductores de que por aquella carretera cruzaban las ranas porque este y no otro era su camino natural antes de la llegada del aglomerado caliente. Su petición, además de caer en saco roto, provocó la hilaridad de buena parte de los lectores de aquella historia. Esta misma semana, la instalación en Santiago de señales alertando a los conductores de que patos y gatos también tienen derecho a cierta seguridad vial en las tierras del Apóstol, no parece haber generado mofa alguna. Esta es sin duda una prueba de que la conciencia de que todo cuanto ser habita con nosotros merece seguir haciéndolo ha ido calando poco a poco. Y precisamente por eso, resulta extraño que con lo friendly que es Santiago para prácticamente todo aún no haya dado el salto para convertirse en una ciudad más habitable para las mascotas y sus propietarios. Y llama aún más la atención que en los municipios cercanos con parques repletos de niños y un buen número de animales no esté articulada otra fórmula de convivencia que la correa y el bozal. Los escépticos deberían recordar que algunos de estos animales son piezas fundamentales para sobrellevar enfermedades, soledades y hasta traumas.