En Santiago manda la crisis

Juan María Capeáns Garrido
Juan Capeáns VIDAS LICENCIOSAS

SANTIAGO

21 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando el suflé económico del mundo que nos rodea se vino abajo comprobamos cómo se solucionaban muchos de los problemas que nos acompañaban a diario sin más intervención que la de la perseverante crisis, tan tenaz como silenciosa. En las rotondas en las que las mañanas eran eternas el tráfico empezó a ser fluido; las insoportables obras urbanas dejaron paso a calles y calzadas algo desvencijadas pero sin máquinas ni cortes inoportunos; al que le faltaba suelo industrial para su pujante empresa -suena a broma- le empezaron a salir novias en todos los polígonos de la comarca; y hasta el ocio nocturno derivó hacia el muermo absoluto y vio rebajados sus cánticos y orines.

La depresión económica fue para las administraciones más cercanas igual de efectiva que la lluvia para los incendios en verano. Todo un respiro envenenado que lo único que hizo fue trasladar los contratiempos de las calles a los hogares, donde son mucho más difíciles de identificar y de tratar con los escasos recursos públicos que quedan. Bien pensado, adoro aquel Santiago en el que sus vecinos alertaban, como si esto fuera Oslo, de que la falta de aparcamiento era nuestro mayor problema, mientras que en otras urbes cercanas ya lidiaban con la inseguridad o el desempleo.

La parálisis crónica es el peor diagnóstico para una ciudad. Los que gobiernan tienen la obligación de ir solucionando dilemas que derivan en otros nuevos, pero porque todo crece y se mueve. El resto es mérito del inmovilismo y de los mercados, esos que algunos desprecian pero que aquí mandan más que nadie.