«Cada vez nos importa menos lo que les pase a nuestros vecinos»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Miguel Fernández

Miguel Fernández, bombero del parque de Santiago, fue a Grecia en el 2016 y acaba de regresar de Belgrado

27 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«En la sociedad actual estamos exagerando el miedo a los otros. Y ese terror a los que consideramos bárbaros nos convierte en bárbaros a nosotros». La frase, de Tzvetan Todorov, encabeza las crónicas serbias de Miguel Fernández, bombero en el parque de Santiago que acaba de regresar de los Balcanes para conocer cuál es la situación de los refugiados allí. No es su primer viaje. El año pasado estuvo en Idomeni, Grecia. Su intención era quedarse unos días pero agotó todas sus vacaciones y libranzas para ayudar en una crisis en la que cada día llegaban mil personas huyendo de la guerra y del horror.

Esta vez ha sido una estancia más corta, una semana, pero sus impresiones siguen siendo duras. Hay unas ocho mil personas bloqueadas en Serbia, intentando cruzar la frontera con Hungría. Las familias fundamentalmente en los campos de refugiados, sirios y afganos en su mayoría, esperando atravesar legalmente el país, algo cada vez más complicado. «En teoría pasan diez al día, pero muchas veces ni se cumple eso». Y los hombres y jóvenes que viajan solos, malviviendo en antiguos almacenes, con temperaturas extremas y sin apenas condiciones higiénicas.

Aún en situaciones tan complicadas, cuenta Miguel, hay momentos para la hospitalidad y la amistad. En el campo de refugiados de Krnjaca se reencontró con una familia afgana a la que había ayudado en Idomeni. Los invitaron a comer a él y a su amiga Sonia Couto. En Subótica, la frontera serbio-húngara, coincidió con Ikran, un joven pakistaní que también conoció en Grecia. Estaba estudiando ingeniería informática cuando sus padres se quedaron en paro. En Grecia trabajó durante tres meses en una granja y no le pagaron, «en países como Turquía los explotan como a esclavos, se aprovechan de ellos», cuenta Miguel.

Refugiados e inmigrantes se agolpan en esta ratonera en la que se ha convertido la frontera con Hungría. Y los que pueden acceder a esta ruta, explica, son los que tienen más dinero, porque los traficantes cobran 10.000 euros por persona para llegar a Austria desde Afganistán, «todos los refugiados sirios y afganos con los que hemos hecho amistad tenían en su país un nivel de vida mejor o igual que el nuestro». Pero la guerra se lo arrebató todo, y ahora ni siquiera encuentran solidaridad en Europa. «Estamos en una crisis de valores. Cada vez nos importa menos lo que les pase a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de trabajo, pero el día en que nosotros tengamos problemas nadie se va a preocupar». Miguel, que prepara una exposición con las fotografías que realizó en Idomeni, afirma que España da un pésimo ejemplo con los refugiados. Suecia, Alemania o Austria acogen a decenas de miles -un millón Alemania-, mientras España y Francia apenas a unos cientos.