En tierra de todos

DENÍS E. F.

SANTIAGO

DENÍS E. F.

El parque de Belvís es una maravilla y una suerte que nos otorga aire y silencio a un paso del centro monumental

15 jun 2017 . Actualizado a las 08:00 h.

Un laberinto, dentro de un parque, dentro de una ciudad. Una duda, dentro de una idea, dentro de una persona. A veces vemos así nuestro entorno y a quien nos cruzamos, sin llegar a saber con certeza a dónde pertenecemos. Como si fuésemos valores cotizables, estamos ahogados por el dinero. ¿Cómo se distribuye la principal herramienta de control? La posesión inventada, el número inexistente, la antítesis de lo tangible... Comprendemos la realidad de su «poder» pero estamos indefensos ante su órdago monetario, sea por su posesión o por falta de ella, por la alquimia del día a día o por las barreras que levantamos para delimitar «lo que es mío», convencidos de que lo que tenemos hoy nos seguirá perteneciendo mañana.

Para muchos de nosotros, el parque de Belvís es una maravilla y una suerte que nos otorga aire y silencio a un paso de la zona vieja, una necesidad de amparo compartida cuando llega el momento de sacudirnos el cansancio y el ruido de encima.

Belvís está rodeado de muros que lo convierten en una fortaleza natural de puertas abiertas y caminos comunitarios, sin los que no podríamos afirmar que «es de todos»; estamos más cerca de comprender y compartir los motivos por los que amamos esta ciudad y este parque en concreto. Hay huertas, columpios, un laberinto, un campo de fútbol, un mirador... y muchos árboles. Se celebra un mercadillo ecológico semanal, romerías con juegos populares y festivales musicales de gran éxito. Gracias a ellos, este extenso parque compostelano está vivo.

Durante siglos este pequeño valle extramuros estuvo ocupado por leiras y algunas casas que paulatinamente sucumbieron al paso del tiempo. Desde que se convirtió en zona verde en los años noventa su uso ha ido in crescendo, y la ciudadanía ha sabido darle uso diario a sus múltiples espacios.

Carlos Domínguez, estudiante de la Escuela Mestre Mateo, pasa el parque todos los días. Criado en Pontepedriña y grafitero profesional desde hace muchos años, prefiere un poco de tranquilidad evitando los coches. «El parque está muy cuidado, pero sus accesos son complicados. Aun así, vale la pena venir hasta aquí y escapar del agobio». Los barrios siempre han albergado a gran parte de población de las urbes, su cuidado debe estar a la altura del centro. «Hay más preocupación por cortar el césped que por cuidar las carreteras y caminos más transitados».

Somos un retazo contemporáneo que cuestiona lo obligado, lo correcto, lo esperado, con un único motivo, la ansiada libertad. La parte de la historia que los vencedores no han querido escribir no ha desaparecido solapada por el tiempo, sigue presente en las personas, heredada, en su carácter. Nos enfrentamos unos contra otros en un mismo terreno que no soporta más pisadas, yermo por la presión de la confrontación, la tierra de nadie que suplica paz para que esa tierra sea de todos.