20 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El primer olor que perciben los turistas que llegan a Santiago y acceden al casco histórico por la Travesa de Fonseca procede del enorme contenedor de basura donde depositan sus residuos los hosteleros, fundamentalmente los del Franco y Raíña. Calificar el hedor de nauseabundo sería acertado en un día cualquiera del año, pero este calificativo se quedó corto para describir lo que las pituitarias de quienes cruzamos por esta calle durante la mañana del pasado domingo, en plena ola de calor, tuvieron que soportar. Resulta evidente que los residuos orgánicos tienen que almacenarse en algún lugar antes de ser trasladados a la planta de tratamiento, pero quizás debería buscarse una alternativa para evitar una imagen, y sobre todo un olor, que nada tiene que ver con Santiago. O quizás solo habría que estar más pendiente de limpiar con mucha más frecuencia este contenedor, y de paso los de otros lugares de la ciudad.

Si la imagen de este enorme contenedor y su hedor debería ser corregida lo antes posible, también tendría que buscarse una solución a los contenedores que permanecen en la calle, casi siempre junto a las mismas puertas, después del paso del servicio de recogida de basura. Ya no digamos lo que debería hacerse con quienes, sin ningún escrúpulo, optan por dejar las bolsas de basura junto a la puerta, fuera de un contenedor o en cualquier esquina sin preocuparse de que existe un horario establecido para depositar la basura en la calle y, por supuesto, dentro de los contenedores.

Los responsables municipales tienen que estar vigilantes, pero los ciudadanos no deberían necesitar una sanción para adoptar conductas cívicas. No olvidemos que el Patrimonio es de todos, y es una obligación contribuir a su cuidado.