Vanidades

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña EL MIRADOR

SANTIAGO

20 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Muchos siglos antes de que la delgada línea entre peregrino, turista y transeúnte desapareciese para siempre, el Camino de Santiago lo transitaban creyentes devotos ansiosos de rezar ante la tumba del Apóstol, y mientras destrozaban sus pies por los pedregosos senderos que recorrían bajo el sol de Castilla, el frío de Pedrafita y, por fin, la lluvia de Compostela, recitaban aquellas pías frases del Libro de Eclesiastés: «Vanidad de vanidades y todo lo de acá abajo no es más que vanidad. ¿Qué saca el hombre de todo el trabajo con que se afana sobre la tierra o bajo la capa del sol?».

Dudo que el libro más leído en la cárcel de Soto del Real sea la Biblia, así que para que entiendan los que allí durmieron, duermen o dormirán, apelemos a las Coplas por la muerte de su padre, que dicen: «Tantos duques excelentes, tantos marqueses y condes, y barones, como vimos tan potentes, di, Muerte, ¿dó los escondes y traspones?». Al menos a Jorge Manrique lo habrán leído en el instituto.

Pero si ni siquiera los famosos versos del poeta castellano les hacen caer de la burra, sigamos bajando el listón y apelemos al rico refranero, que tiene soluciones para todo: «Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar».

Y si ni con esas se dan por aludidos, quizás porque no leyeron la prensa, entretenidos como están coloreando el dinero, hay un fábula egipcia que con mucho humor utiliza a veces el papa Francisco y que dice que la vanidad es como la cebolla, la pelas y la pelas, pero al final, el olor se te queda en las manos. Como el olor del dinero, el de la gomina, el del perfume de Chanel, el de la pólvora...