Políticas

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

25 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando con lejana perspectiva temporal se analice sin apasionamiento el mandato en Galicia de Manuel Fraga, los historiadores dedicarán un capítulo a su gestión del Prestige. Una gestión que ahora nadie niega que haya sido catastrófica durante casi tres meses. Luego hubo un golpe de timón. Y en las más de 300 entrevistas hechas a pie de obra para el libro Conversaciones con los voluntarios del Prestige, que coordiné, así queda reflejado en palabras de los que limpiaron playas y acantilados.

La responsable de ese golpe de timón, de coger sin miedo el toro por los cuernos y organizar con eficacia hasta el último detalle en una costa gallega rebosante de petróleo y voluntarios, fue una directora xeral hoy dedicada a sus clases en la Universidad de Vigo. Se llama María José Bravo, y el pasado viernes cenó en Santiago con su irreductible grupo de amigos. Celebraba tres cosas: una, de carácter estrictamente personal; la segunda, el haber rematado el Camino de Santiago (con los pies hinchados como globos, por cierto); y la última, que cuando echó a andar el juez acababa de exonerarla de cualquier ilegalidad en el marco de la llamada Operación Patos, imputación gratuita en su día -supuesto tráfico de influencias- y que le costó su puesto de delegada de la Xunta en Vigo.

Coincidencias y divergencias ideológicas aparte, este país sigue necesitando políticas como María José Bravo, que cuando hubo un problema como el Prestige se jugó su cabeza, no esperó a que el petróleo llegara a su puerta y salió a por él en vez de refugiarse tras la mesa de su despacho.

Sí, se siguen necesitando valientes que no teman ser imputadas a la mínima aunque luego se demuestre que son inocentes. Como en este caso.