Guiño picheleiro

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña EL MIRADOR

SANTIAGO

26 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los compostelanos de cuna y los de adopción -que no hay nada para quererla como haber estudiado en la ciudad sus largos días y sus cortas noches- sabemos que no hay juegos pirotécnicos, por muy espectaculares que sean, que se puedan comparar al olor de sus piedras mojadas, al sabor de sus tascas y al color de esas noches estrelladas que se adivinan entre las nubes. Por eso los Fogos do Apóstolo fueron casi siempre un brindis al turismo más que un asunto propio. Y si además, durante mucho años en la vida de un compostelano de adopción, los fuegos que quedaron grabados en la retina brillaron junto al mar, pues tendrán ustedes que perdonarme, pero ni la Barcelona del 92 ni la boda de la infanta ni ningún espectáculo de luces se puede comparar a un combate naval reflejado en las aguas de la ría de Arousa. Así que sí, lo reconozco, pasé muchos años sin ver los Fogos do Apóstolo. Hasta anteayer, que tocó admirarlos desde la televisión. Y sin ánimo de comparar, porque hice novillos unas cuantas veces, he de reconocer que la sorpresa de las cantareiras en el balcón de Raxoi me hicieron subir los colores del orgullo patrio -o matrio, si prefieren-. Porque sin olvidar que hay que satisfacer la incansable curiosidad del visitante, fue un guiño picheleiro. Y es que quien haya nacido en Santiago, quien haya estudiado en sus pubs y quien se haya mojado en sus calles sabe que a la memoria del olor de la lluvia, al color de su cielo gris y al sabor de sus noches hay que añadir el sonido folclórico de Cantigas y Agarimos. Y así, desde Raxoi a la tumba del Apóstol y desde Sar a Vidán, todos nos hemos dado un gusto. Con tacto.