La quiebra de la convivencia en Santiago

Ignacio Carballo González
Ignacio Carballo LA SEMANA POR DELANTE

SANTIAGO

Vigilancia de la policía local durante una noche de movida en Santiago
Vigilancia de la policía local durante una noche de movida en Santiago XOAN A. SOLER

27 sep 2021 . Actualizado a las 10:31 h.

Cuando queríamos pensar que Santiago tenía bajo control el problema del botellón masivo, este reverdece en su peor versión. No se recuerdan episodios en la escena del «ocio» nocturno tan crudos como el sufrido en la madrugada del pasado viernes, y esto exige una reflexión seria de toda la sociedad, no solo de los responsables municipales y de los mandos policiales, sobre todo, de los propios actores de este movidón desaforado que no debiera repetirse: los jóvenes que en multitudes hicieron suyos distintos puntos del centro de la ciudad -no solo las inmediaciones de la discoteca Ruta-. ¿Por qué los jóvenes? Muy sencillo. La inmensa mayoría de los que participan en estos macrobotellones son personas mayores de edad y formadas; por tanto, conocedoras de sus derechos y de sus deberes como ciudadanos. Siendo así, han de saber que en estas aglomeraciones están incumpliendo la ley por varios frentes, algunos de ellos tan elementales como el respeto a la convivencia con sus iguales, en este caso los ciudadanos cuya paz alteran con los alborotos que causan; la prohibición de beber en la calle, una norma básica en un país civilizado; o, trascendental en los tiempos que corren: el cumplimiento de las normas de prevención del covid, porque o guardas las distancias o llevas mascarilla, y en una concentración de más de dos mil personas como la de un pequeño tramo de la calle Curros Enríquez, la distancia es milimétrica en caso de que la haya, y casi todos los que allí estaban, de mascarilla, nada. A estas normas elementales de civismo podemos añadir un buen lote, como no tomarla con el mobiliario urbano, no orinar en la calle, no dejar inmundicias por doquier después del fiestorro, no bloquear la vía pública, y un largo etcétera de «mandamientos» entre los que no debiera ocupar el último lugar el respeto a los agentes de las fuerzas de seguridad, sobre todo cuando estos, en primera instancia y antes de echar mano a la porra, avisan de tú a tú -esto lo vio in situ este periodista a primera hora de la madrugada de autos en Curros Enríquez- de que están incumpliendo la ley y se arriesgan a ser multados. No vale decir que semejante desfase es lógico después de año y medio de contención, que no hay locales abiertos, o argumentar desconocimiento, aunque ya se sabe que en medio de la masa y posiblemente con una copa de más, hasta el más comedido puede perder el norte. Y en la masa se mezclan revoltosos, auténticos profesionales del altercado que son los que tiran las primeras piedras, en este caso vasos y botellas, y ya está liada, porque no es fácil para la policía, en medio del mogollón a la carrera, dar con quienes -valientes- esconden la mano. Así, ocurre lo que ocurre. Y lo que ocurre no debe ser aprovechado políticamente [esto va por Compostela Aberta, que echará mano del tópico de que estoy criminalizando a los jóvenes] para otra cosa que no sea la reflexión y para poner los medios para que la buena convivencia que define a nuestra ciudad no se rompa.