Mounir Jadivi abre en Negreira su propio negocio tras una vida de pesadillas: «Con 7 años acabé en la patera para evitar un castigo y con 30 logré el DNI»

Margarita Mosteiro Miguel
marga mosteiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

Las terribles experiencias de un apátrida de origen marroquí que por fin encuentra la paz en Galicia con su mujer y su hija Amal, Esperanza

26 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La vida de Mounir Jadivi está plagada de episodios terribles desde que, con solo 7 años, fue rescatado en el mar cuando viajaba en una patera. «Me metieron en la patera para no dejarme solo en el monte», comenta. Los recuerdos de aquel niño de 7 años no están del todo claros, pero sí que «temí un castigo de mi padre por faltar a la mezquita, y me escondí en una furgoneta que me llevó a Nador». La idea era que lo devolvieran a su casa, pero acabó en una patera. «Nos rescataron en alta mar y me llevaron a un centro de menores en Andalucía. Era la primera vez que veía el mar. Al principio era como una balsa, pero luego llegaron las olas y murieron varias personas. Durante muchos meses me despertaba con una sensación de mareo».

Este es el resumen de su llegada a España y el inicio de una vida de superación que tuvo su final feliz en el 2021, con ya 30 años. Tras mil trámites y muchas frustraciones, Mounir consiguió el DNI y el permiso de residencia. Ahora, con 32 años, acaba de cumplir su sueño de abrir su propio negocio. «Aun con papeles, no es fácil conseguir un trabajo», así que decidió emprender. Acaba de inaugurar en la rúa Corzán, de Negreira, su tienda Amal de muebles de segunda mano, que lleva el nombre de su hija de 3 años. «Amal significa esperanza», toda una declaración de intenciones. Mounir reconoce que a lo largo de su vida perdió la esperanza muchas veces, y que vivió muchos años con el miedo a ser expulsado «porque no tenía papeles, pero no podía tenerlos, porque me pedían pasaporte de Marruecos y no lo tengo, nunca me registraron en Marruecos». Fue en abril del 2021, en Tui, cuando «fui a trabajar a Portugal con un amigo, iba a ser entrar y salir, pero me pararon en la frontera porque aún había limitaciones por el covid». Aquel día «no me dejaban entrar en Portugal, pero tampoco volver a Galicia. Estaba en tierra de nadie. Solo pensaba en mi mujer Miriam y en Amal». El puesto de Tui contactó con Madrid, y «dos horas después, un guardia civil me dijo que ya tenía papeles. Fui a Santiago, donde me dieron un papel y me mandaron a A Coruña. Pensé que volvería a pasar algo y sería otra decepción, pero me dieron el DNI, donde pone "apátrida"». «Ya no me paran en la calle, antes me lo pedían seguido; ahora me gustaría que me lo pidieran», sonríe con gran alivio. 

Se libró del atentado de Utoya

Hasta llegar a este punto, Mounir vivió de pesadilla en pesadilla. En los centros de menores por los que pasó «me apuntaba a todos los cursos que podía, daba igual de qué; hice de forestal, de carpintería... No estaba quieto, siempre quería estar haciendo algo». Mounir aprendió de sus compañeros de los centros de menores a «esconderme en los bajos de los camiones, a coger comida en los supermercados y a sobrevivir en la calle». Tras un tiempo en un centro «me escapaba y cuando me pillaban me llevaban a otro, del que volvía a escaparme».

A Galicia llegó con unos 14 o 15 años, «no fue fácil, viví en casas okupadas y alguna vez dormí en la calle». Pasó también por albergues, «pero yo no tenía nada que ver con ese mundo. Era muy joven, si no trabajaba entonces, ¿cuándo iba a hacerlo?». Durante tres años estuvo en una carpintería de aluminio en Santiago, gracias a «unos papeles provisionales que me caducaron sin saberlo». La crisis económica se llevó por delante la fábrica, y Mounir emigró a Noruega. La primera vez fue en el 2011. «Fui tres veces, iba y volvía a Galicia, me gusta estar aquí». Se afincó en un pueblo noruego donde había «muchos gallegos emigrados, que me abrieron las puertas. Trabajé en un hotel. Estaba acostumbrado a trabajar diez horas diarias en Galicia con horas extras, pero allí eran siete horas y nada más». Su jefe le acogió, y «me integré en un grupo de jóvenes». Aún le emociona recordar cómo se libró de morir en el atentado de la isla de Utoya, «porque cuando iba al campamento me encontré con un chaval de Marruecos que estaba solo y decidí llamar a mis amigos para decirles que no iba a Utoya. Lo último que me dijo uno de ellos fue: «"Eres un fantasma por no venir". Los dos fueron asesinados. No los olvidaré nunca».

Entre sus múltiples vivencias recuerda que supo que iba a ser padre cuando estaba trabajando en París. «Fui con un amigo a montar ventanas por un mes y estuve cinco, porque nos cerraron por el covid». En ese momento, sin papeles, Mounir pensó en colarse en un camión para volver con Miriam, pero «una vez en España, sin nadie por la calle, me detendrían. Estuve cinco meses y volví a casa».

Ahora, como emprendedor, está lleno de ilusiones y le gustaría ir a ver a su familia a Marruecos: «No conozco a mis hermanos pequeños, y Amal conoce a su abuela solo por videoconferencia».