La depuradora avanza, y bueno será que no siga con pies de plomo

Xosé manuel cambeiro LA VOZ/ SANTIAGO

AMES

ABRALDES

26 feb 2017 . Actualizado a las 12:09 h.

Esta boca es mía. Lo acaba de decir Acuaes, y aún son buenas las horas. Olvidemos lo de las mangas verdes. Acuaes gestiona la depuración del país, y también la de Santiago, aunque pocos estaban seguros de esto último hasta el pasado martes, en que su jefa vino a Raxoi a tranquilizar a una ciudad con los nervios trinando por el prolongado silencio de Madrid. Y llegó cuando los petroglifos cercan amenazantes el proyecto de O Souto. Pero la instalación se salva, dice Acuaes. A uno le gustaría que lo dijese también Patrimonio, porque tranquiliza más que un tranxilium 50. No es muy habitual enmarcar una depuradora en una orla rupestre.

Por lo demás, uno quiere succionar la fe de Aránzazu Vallejo, directora de Acuaes, en la llegada a tiempo de los fondos europeos. De no ser así, el olor a podrido fluvial tendrá que eliminarlo el ojeroso contribuyente compostelano soltando la calderilla de sus bolsillos, en torno a cuarenta millones. Trasladado al lenguaje político-administrativo del Ministerio de Medio Ambiente: es obligado ir suprimiendo dilatadores y abreviando los plazos.

Hablar del año 2022 para la ceremonia inaugural de la planta de O Souto, dando continuidad la fiesta del Xacobeo, no suena mal. Pero el mismo hecho de mencionar, como se mencionó, el horizonte del 2022 o del 2023 en una infraestructura de este tipo, produce cierto pánico. La experiencia, reidora como el muñeco Chucky, es mortal. La propia depuradora, sin ir más lejos, refleja la letalidad del paso del tiempo. Lo dicho: el marco 2014-2020 de los fondos europeos, prórroga incluida, exige no rascarse más las patillas. De lo contrario pondremos con probabilidad el proyecto, y a los compostelanos, con el agua al cuello. Y sin depurar.

Ah!, si el coste del proyecto ronda los 60 millones, como prevé Madrid, hay que darse con un canto en los dientes, porque más de uno ha sufrido visiones extrañas con el monto global. No obstante, aún no está elaborado el diseño definitivo y uno sabe que hay bolsillos al quite.

En fin, la reunión de Raxoi ha sido alentadora, con las administraciones aliadas. Hay fechas, hay citas y hay mucha esperanza: es un avance entre paréntesis. El futuro está supeditado a las zancadas que el proyecto dé a partir de ahora sin pisar los petroglifos. Tiempo aún hay, no se dilapidó todo. A propósito, Ames existe, está ahí al ladito y pide paso.

Con presupuestos

Más solo que Fonseca se ha quedado el grupo popular en relación al ejercicio económico de este año, que salió adelante gracias al acuerdo con el BNG, regado por el Lérez, y con el PSOE. Y es una pena, porque el abanico presupuestario podría desplegarse aún más y recoger un gran segmento ciudadano acodado en las siglas populares. El PP no ha entrado en las rondas negociadoras ante el convencimiento de Noriega de la inutilidad del intento, que exigía viajar de polo a polo. Se tarda mucho y se obtiene el no cantado.

El alcalde se dirigió a los socios preferentes, lo cual indica que el Partido Popular, aunque no es preferente, es socio. Y como tal tendría que sentarse de alguna manera a la mesa. No fue así. Y lo que pudo ser un concilio se transformó en un conciliábulo presupuestario a juicio de los populares. Quizás de ser el PP menos antagónico y buscar una mayor vecindad de sus tesis previas a las negociaciones, varias propuestas conservadoras estarían volando de asiento a asiento. Con lo sucedido da la impresión de que se han ajustado cuentas, y no las del 2017.

Es obvio que no había horcas caudinas en el camino presupuestario de Compostela Aberta y colocarlas no tenía razón de ser en las circunstancias actuales. Si las cuentas entran en un túnel solo pueden salir por una boca u otra, por la moción de confianza o la prórroga. La moción carece de sentido si no ofrece una alternativa, y no cabe ya una entente PSOE-PP para derribar a CA. Una moción al estilo Alhaurín el Grande solo es posible tras una buena sesión de peyote. ¿Y la prórroga? Es una estupenda manera de paralizar inversiones.

Toca hacer, y ahí quizás no estaría mal visto aumentar la plantilla de vigilantes que velen por la ejecución de los presupuestos.