«Iba al campo de golf de niño, pero para recoger carretillas de hierba»

Juan María Capeáns Garrido
Juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

OROSO

XOAN A. SOLER

Retiraba las bolas de prácticas de noche para jugar al alba sin molestar a los socios

17 abr 2017 . Actualizado a las 08:44 h.

En estos tiempos en los que a dar vueltas corriendo por la Alameda se le llama running y en los que andar en bicicleta puede suponer un gasto de 15.000 euros en material deportivo resulta grotesco seguir planteándose si el golf es un deporte para ricos. Si además te tomas un café con José Antonio Rey la conclusión es que juega el que quiere, independientemente de su condición social, física o psíquica.

José Antonio pisó por primera vez un campo de golf avanzados los años 70, siendo un niño, pero ni llevaba un jersey de rombos ni había oído hablar de Seve Ballesteros, que ya empezaba a deslumbrar en Europa. Su padre, emigrante en Alemania, había comprado una casa con terreno en Mourentán, justo al lado de las instalaciones de Lavacolla del Aeroclub. Desde allí, «a golpe de wedge», el palo para lanzamientos cortos, veía a las «pocas familias» que entonces jugaban en Santiago y recuerda «ir al campo de golf con mis padres, pero a recoger carretillas de hierba». 

Algo más tarde un empleado del club fue hasta el colegio de Lavacolla para ofrecerle a una pandilla de chicos la posibilidad de ganar «unas perrillas» los fines de semana ejerciendo de cadis, esa figura que acompaña a los jugadores y que puede limitarse a tirar del carro o a hacer recomendaciones decisivas, siempre en un discreto plano.

En casa nunca le riñeron por pasar más horas de las debidas enredando por el Aeroclub, «porque no había nada mejor para un chaval». Se entretenía por la cancha de prácticas con la única consigna de no molestar ni interrumpir las clases del maestro Javier Ibarra, al que José Antonio escuchaba y observaba casi a escondidas. El gusanillo ya estaba dentro de él, y encontrar un hueco para salir a jugar unos hoyos en un campo con solera como el de Lavacolla era un pequeño triunfo personal. «Nos dejaban jugar un rato siempre que antes recogiésemos las bolas que quedaban esparcidas por la cancha de prácticas, y para aprovechar el tiempo lo hacíamos por la noche y así teníamos un margen de tiempo por la mañana hasta que llegaban los primeros socios».

La relación con el club fue creciendo y haciéndose cada vez más seria, y el golf empezó a convertirse en una opción como forma de vida. Con la mayoría de edad cumplida, tenía dos caminos: o intentar ser jugador o dedicarse a la docencia. Se decantó por lo segundo y pronto empezó a subir peldaños académicos. Tiempo antes de alcanzar el título de maestro ya estaba dando clases particulares. Las tornas cambiaban, y el chaval que había crecido llevando carretillas de hierba y carritos de palos ajenos le enseñaba el swing a personas que eran mucho mayores y con más experiencias vitales, que sin embargo se ponían en sus manos en la caseta de prácticas: «Poco importa si eres un experto cirujano, un empresario de éxito o un niño, la primera vez que coges un palo de golf resulta muy complicada para todo el mundo, y mi objetivo es que esa persona lleve la bola hasta un hoyo de la mejor forma posible, pero sobre todo que disfrute del campo y del juego». 

¿Hace falta alguna habilidad especial para el golf? «No. Solo necesitas ser capaz de adquirir una postura, sujetar un palo y crear un movimiento». Con esas sencillas normas Rey ha logrado romper las barreras más insospechadas. A todos, a los jugadores de talento, que los hay, o a los discapacitados severos, a los que también entrena, les recomienda el mismo truco para no desesperarse: «Juega según tus posibilidades, repite lo que haces bien y disfruta. Y si quieres llegar más lejos, entrena mucho».

Nombre. José Antonio Rey Pazos (Oroso, 1968).

Profesión. Maestro de golf en el Aeroclub de Santiago.

Rincón elegido. San Lázaro. En este barrio vive desde que se casó. La pequeña capilla también ha acogido su boda, «muy joven», y los bautizos de sus tres hijos, de 26, 17 y 10 años.